El Molino forma parte de la mejor historia del ocio y la diversión en Barcelona. Desde su inauguración en 1898 hasta bien entrado el tramo final del siglo XX, esta sala del Paral·lel fue uno de los epicentros de lo que entonces se llamaban los espectáculos ‘de revista’. La revista era un vodevil, un híbrido entre humor, música ligera y erotismo, y El Molino era un punto de encuentro obligado para bohemios, libertinos, burguesía un poco cínica y gente aficionada a los misterios de la noche. Allí sucedían cosas que se volvieron míticas, era el corazón del espectáculo que marcó la época anterior al triunfo del pop-rock, pero también sufrió la parte difícil de un cambio de era: a partir de los años 80 su popularidad descendió y, a principios del siglo XXI, ya se había desvanecido la magia. El público seguía queriendo divertirse, pero lo hacía de otra manera y en otros clubs.
Pero El Molino no podía morir, porque es un emblema de la ciudad: sería como dejar cerrada la Sagrada Familia. Uno de los planes del Ayuntamiento en los últimos tiempos ha sido revitalizar este local, y se ofreció una concesión pública de explotación, de cuatro años y mediante concurso, que finalmente ganó Barcelona Events Musicals, la empresa que también gestiona el festival Cruïlla. La propuesta consistía en mantener una programación regular con la música en vivo como motor principal, pero con otros ejes complementarios: combinar los conciertos con la comedia, y también con la gastronomía. Al estilo de ciertos clubes anglosajones de jazz, donde es habitual seguir un concierto con un buen cóctel en la mano y un plato de comida para picar, El Molino quiere seguir este camino, que se inició el pasado 27 de octubre, y que ya marcha con buen ritmo. Ahora que conocemos mejor la propuesta –porque la hemos probado–, os la queremos explicar con detalle. Seguid leyendo, porque os contamos las cinco cosas que más nos han gustado.