1. De 'Missa Réquiem' a 'Requiem'
El giro de guion de Castellucci, que apuesta por “la celebración de la vida” en este acto fúnebre, no está tan alejado de la perspectiva más sincera del compositor original del Réquiem. En un momento, el músico del siglo XVIII confesó: “Puesto que la muerte es el verdadero objetivo de nuestra existencia, he conocido tan bien a este verdadero y mejor amigo de la humanidad en los últimos años que la imagen de la muerte ya no me asusta, sino que me resulta mucho más tranquilizadora y consoladora”.
La Misa de Réquiem de Mozart comenzó a componerse en 1791, el último año de su vida, y está llena de belleza, pero también de misterio. Para empezar, fue encargada por un enigmático emisario, que más tarde fue identificado como el conde Franz von Walsegg, quien pretendía atribuirse la composición en memoria de su esposa fallecida. Además, al haber quedado interrumpida por la muerte del compositor, la partitura está llena de incógnitas: planteó la cuestión de la muerte, una pregunta que quedó en el aire. Sin embargo, también encontramos respuestas, como la expresión, a través de este texto de la liturgia cristiana, de todos los estados de ánimo que se atraviesan a lo largo de la experiencia humana: desde el miedo al Juicio (Dies irae) hasta la esperanza en la clemencia de Dios (Kyrie), desde la angustia del sufrimiento inútil (Recordare) hasta la certeza de un más allá lleno de luz (Luceat eis).
El dramaturgo italiano Romeo Castellucci, que utiliza la música del Réquiem, toma la vida como punto de partida para conectarla con la muerte requiemiana en un acto festivo: un ciclo permanente de origen y final, de crecimiento y decadencia, pero también de un glorioso renacimiento.