Nací cansado. Mi cuerpo enseguida se deja abrazar por la gravedad. La vida en horizontal es mucho más placentera que en vertical. Me gusta hundirme en los sofás. Tocarme las pelotas todo el santo día. A veces pienso que locales como el 33/45 se han construido pensando en mí, pero siempre que voy compruebo que no soy el único fan de la ley del mínimo esfuerzo: en esta sala de espera inacabable siempre hay gente espatarrada. Como yo, cuentan las musarañas y las grietas del techo con la rapidez de un androide. El It Cafè ha desaparecido, pero que nadie llore. En su lugar han levantado el 33/45, más pulido en la decoración de la entrada, pero casi idéntico a su predecesor. Es una suerte que la renovación del establecimiento no haya afectado al área de descanso que hay al fondo, un rectángulo espacioso y consistente en un número infinito de sofás, butacas y sillas retro; un punto de descanso pensado para que el cliente se esté toda la noche charlado con los amigos y disfrutando de la vida decadente de la calle de Joaquín Costa, un escenario donde operan con total impunidad los soldados del lumpen. A diferencia de otros bares con mobiliario reciclado –casi todos parecen contenedores pestilentes –, el 33/45 tiene estilo; se percibe una extraña simetría en estas Galerías del Tresillo para modernos. El local no está sucio y gracias a Dios no ha sido víctima de un interiorista rasta. Se está tan bien y hay tanta butaca por desflorar, que te entran ganas de llevarte al gato, la caja de After Eight, la estufa y el libro de Carlos Ruiz Zafón.
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