Trad. Carles Miró.
Edicions de 1984.
318 pág. 20 €
Fuerte, firme y larga. Así es 'La torre mestra', una novela que, como las torres altas, no se rinde y donde todos se pueden refugiar: tanto los lectores fieles como los esporádicos. Ambos la beberán con desazón, se convertirán en ojos que quieren más, pasarán un buen rato y acabarán embriagados: alcohólicos de Jennifer Egan. "La novela fue inventada para ser flexible", dice la autora. Y las suyas lo son. Es una obra maleable que mezcla novela gótica con novela posmoderna, los espíritus con las metanfetaminas; las clases de escritura creativa en una cárcel con una baronesa del XIX. Y con esta combinación, el libro brama brillante y sube. Abajo, la historia de dos primos que 20 años después de un hecho traumático, se reencuentran en Europa en un castillo medieval lleno de fantasmas. Levantando un poco la cabeza, la historia de un joven que mientras cumple condena en una cárcel estadounidense narra la aventura a su profesora de escritura. Y más allá todavía, la historia de esta profesora.
Los tres paisajes se distinguen muy bien pero, también como las torres maestras, están llenos de caminos secretos que los conectan y que os dejarán boquiabiertos. Y este vínculo de universos alejados es la gran marca de la casa, el plato fuerte de Egan, tal y como lo comprobamos en 'El tiempo es un canalla' (Premio Pulitzer 2011), su última novela que aquí llegó antes y que ya convirtió a los lectores en adictos. Todos los que la han leído adoran a la escritora norteamericana y sostienen sus novelas como si fueran seres vivos y las ponen en la estantería de los buenos libros donde, como en las torres altas, todo el mundo debería poder refugiarse.