Por Natàlia Ramon
He visto a Colometa correr como poseída por las calles de Gràcia y he visto a la Señora Natàlia sentada –quizás en los Jardinets- mirando sin ver cómo llovía, acurrucada bajo un paraguas y con un fajo de periódicos bajo la falda para no mojarse. Las he visto porque las he querido ver. Porque al acabar La Plaça del Diamant, he reseguido sus pasos, sólo intuidos en la novela de Mercè Rodoreda. Por eso os invito a venir, pero antes os invito a leer.
En La Plaça del Diamant, donde empezamos la ruta, no encontraréis a los músicos ni “el sostre guarnit amb flors i cadeneta de paper de tots colors!” Os podéis sentar en un banco y cerrar los ojos para ver, en el entoldado, a Natàlia con la cinta de goma de las enaguas que le aprieta, bailando con Quimet.
Rodoreda lo sitúa en la calle Montseny. No he podido resistirme a imaginar, que de hecho es lo que provoca la buena literatura, y lo he buscado. He pasado por el antiguo Teatre Lliure, el Oratorio de Sant Felip Neri y, cuando ya llegaba al Carrer Gran, he visto la casa de la calle Montseny número 9. Mirad hacia arriba, al último piso. “Que fos sota terrat ens va agradar molt i més encara quan en Cintet ens va dir que el terrat seria tot nostre”. La primera parte de la vida de Colometa –será Colometa desde que Quimet así la llama cuando la conoce en la plaza- transcurre en un piso como este. Primero lo arreglan y después de casados –en los Josepets de la plaza Lesseps- viven. Allí nacerán sus hijos, Antoni y Rita, criarán palomas, dejará solos a los niños para ir a fregar; y allí volverá, pocos días, Quimet lleno de la sarna y de la miseria del frente, hasta que lo tendrá que vender todo, incluso la cama y el colchón, para poder comer. En el piso vacío, abrazados, la madre y las criaturas, aguantarán los bombardeos. En este piso hará lo que tenía que hacer: aguantar.
Ahora cruzamos la frontera, el Carrer Gran, que significa pasar página a la miseria y el sufrimiento, pero no a la tristeza. Es ir a vivir a la casa de su segundo marido, Antoni, un tendero modesto, que la vuelve a llamar por su nombre.
He buscado la tienda con los sacos de maíz en la puerta. Siguiendo Montseny, pasado Gran de Gràcia, llegamos a la calle Berga, que baja hasta el mercado de la Llibertat. “La casa era senzilla i fosca, fora de dues habitacions que donaven al carrer que baixava a la plaça de vendre”. Aquí la señora Natàlia vivirá despacio, presa de la tristeza y de no encontrar su sitio en este mundo.
Rodoreda decía que La Plaça es una novela de amor “sin un grano de sentimentalismo”. Quizá es amor contenido hasta el final. “I li vaig començar a passar la mà a poc a poc pel ventre perquè era el meu esguerradet i amb el cap contra la seva esquena vaig pensar que no volia que se'm morís i li volia dir tot el que pensava, que pensava més que el que dic, i coses que no es poden dir, i no vaig dir res i els peus se m’anaven escalfant i ens vam adormir així…” Lo decía Rodoreda: las cosas importantes son las que casi ni se ven.