Sitges es como un bar sin el cartel de "reservado el derecho de admisión". Todo cabe, todo vale. Vísceras y carroña, vampiros y putas, botas con puntera de acero y talones de aguja, grandes lectores de Stephen King y malos imitadores de Hitchcock, criptas góticas y humor nocilla. Todo. Si algo lo desmarca de los otros festivales del planeta es que no participa en aquel estúpido juego de a ver quién la tiene más grande. La película, quiero decir. Hay obras maestras, claro, pero también aberraciones que son una tortura. Todos hemos sudado la gota gorda y hemos pasado buenos momentos. Sitges es el festival en el que un año ves el 'Martyr' de Pascal Laugier con tres ambulancias aparcadas frente al cine por si a alguien le da un infarto al ver tanto gore gratuito y al siguiente ves 'Holy motors' de Leos Carax, en una sesión a las 9 de la mañana en el Melià inolvidable.
He escuchado muchas veces, que el cine de terror es una versión caricaturizada de los miedos más extendidos de cada momento de la historia. Que el Dr. Mabuse de Fritz Lang era Adolf Hitler. Que los ladrones de cuerpos de Don Siegel eran los comunistas. Que los zombis de los años 90 eran víctimas de la epidemia de sida. Y que todas estas películas rodadas con handycams como 'El proyecto de la bruja de Blair' eran una predicción del exhibicionismo generalizado que Facebook y otros derivados de la indiscreción contemporánea nos inculcarían hasta el día de nuestra muerte. Pero en Sitges no sabes nunca quién es el monstruo. Y si lo encuentras no te lo tomas como un mal de nuestros tiempos. A veces, te sorprendes sintiendo ternura por una criatura con forma de gamba y dimensiones de brontosauro que esputa babas, en una de esas maratones de serie Z que se alargan hasta las tantas de la madrugada. Y que nadie te lo tiene en cuenta.
El cartel de este año está a la altura de las expectativas. Veremos la incursión de Jim Jarmusch en el género con 'Only lovers left alive', una historia de criaturas de la noche y chupasangres, donde Tilda Swinton lleva colmillos largos. Y también el escuadrón de la muerte de 'A field in England', la nueva de Ben Weathley, director de 'Turistas', y el dúo dinámico Peter Greenaway- Jean-Luc Godard, con sus gafas de culo de vaso, discutiendo las bondades de la tecnología 3D como dos dandis jugando al ajedrez. Y un Brian de Palma, un Alejandro Jodorowsky, un Danny Trejo con un nuevo 'Machete' u el 'Magic, magic' de Sebastián Silva, que ha arrasado desde Sundance hasta Canes. Y también 'Mindscape', la primera película de la productora de Jaume Collet-Serra, "el catalán de Hollywood". Hay un plato en la mesa para todo el que tenga hambre.
Aquí es donde la gente silba y aplaude como si estuviera en una continua de westerns en Minneapolis en los años 20, esté viendo un film de culto o la locura oriental más trash. Hay cinéfilos, remilgados y mitómanos, pero también hay muchos que se meten en la sesión que todavía no ha hecho sold out con unas cuantas latas de cerveza caliente bajo la americana sin ni siquiera mirar el título de la película que, por norma general, resulta ser una gran potada de riñones y bazo. Siempre habrá algún moralista cargado de ética puritana con ánimos de adoctrinarnos sobre los peligros de este templo de la perversión. Los otros, sus parroquianos, quienes nos acabamos encariñando del monstruo más asqueroso, vamos siempre dispuestos a todo. A estas alegrías las llamamos "terror".