Burt Lancaster

Burt Lancaster en la Filmoteca

100 años del nacimiento del sargento Milton Warden. Toca homenaje, ¿no?

Publicidad

En la vida del hombre, previsible como la del salmón, siempre llega un día en el que uno sale a la calle, se pone la americana en el hombro, cierra los ojos, respira el olor de un contenedor abierto y dice "Fuck, I love this dirty town". Cuando te llegue este día sentirás que te has convertido en Burt Lancaster. Quizá no tendrás nunca una dentadura tan perfecta, ni esos pectorales de acero, ni te beneficiarás a Deborah Kerr en una playa Hawai. Quizá no irás nunca a Hawai. Pero te gustará vivir en un vertedero de semáforos y farolas, y bolsas de basura chorreando sobre el asfalto. El día que seas Burt Lancaster sabrás cómo vive una leyenda.

Esto necesitaba America después de la ofensiva japonesa de Pearl Harbor: guerreros con la sangre caliente para dar confianza al país, aunque ya no hubiera guerra. Guerreros como Errol Flynn, aquel Robin Hood que se decía que entretenía a los invitados de sus pantagruélicas fiestas bajándose la bragueta delante del piano y tocando una sonata de Chopin a once dedos. O Stewart Granger, un swasher con capa de terciopelo que no dejó en Hollywood ninguna falda sin levantar. O como Lancaster, mito de ascendencia teutónica y complexión vikinga, pelo rubio y abundante, ojos azules, brazos como ramas de roble y uno de esos mentones que si le dieras un golpe de gancho te rompería el puño igual que se revienta la cáscara de un huevo.

Fue el intrépido Dardo Bartoli en 'El halcón y la flecha' de Jacques Tourneur, el sargento Milton Warden en 'De aquí a la eternidad', de Fred Zinnemann y un excepcional nadador de amplia espalda en 'The swimmer' de Frank Perry. Hacia 1946, más o menos cuando se promocionaba el estreno de 'Forajidos', se hicieron famosas unas fotografías en las que, con una sola mano, sostenía a Ava Gardner en bikini por encima de su cabeza. Pocos años después repitió las mismas fotos con dos rubias escultóricas y se le empezó a conocer como Mr. Muscles and Teeth. Hombres y mujeres de todo el mundo hacían cola para pasar unos minutos colgados de sus hombros.

Pero Lancaster no había llegado a Hollywood sólo para presumir de fuerza hercúlica. Quería pasar a la historia por algo grande de verdad. Y lo consiguió. A mediados de los años 50, con un par de asociados, fundó su propia compañía, la Hecht-Hill-Lancaster, que en 1957 produjo 'Sweet smell of success'. Él salía, pero por primera vez no perpetuaba la imagen del implacable héroe nacional. Era un periodista con gafas gruesas y los abdominales escondidos. Es decir, un tipo elocuente y audaz que caminaba por el East Side de Manhattan respirando el olor de cloaca y pronunciada aquella frase mítica, "I love this dirty town" que hoy, cien años después de su nacimiento, todavía hace que los hombres de todo el mundo nos sintamos legendarios.

CICLO BURT LANCASTER

Filmoteca de Catalunya
Del 1 de septiembre al 19 de octubre

Recomendado
    También te gustará
    También te gustará
    Publicidad