Cuando el festival Cruïlla comenzó a dar sus primeros pasos, en aquellos años en que se celebraba en Mataró, su bandera era la del mestizaje. En aquel tiempo era un concepto que estaba de moda, la conexión entre sonidos y culturas, la apuesta por la mezcla como una especie de alquimia creativa –eran los tiempos en los que Manu Chao podía ser cabeza de cartel del festival–, y de ahí el nombre, muy bien encontrado, por cierto [Cruïlla significa encrucijada, cruce de caminos]. Años más tarde, el festival dio el salto a Barcelona, ocupó el recinto del Fórum en julio, e inició su crecimiento a todos los niveles: no sólo de espacio, servicios y público, sino también en el acercamiento musical. El mestizaje continuaba en el ADN del Cruïlla, pero había muchas más cosas: una notable falta de prejuicios a la hora de seleccionar música actual vibrante y estimulante, con lo que se ensanchaba el espectro sonoro del festival, y una apuesta fuerte por los artistas nacionales. Así, en el Cruïlla había cada vez más hip hop, más música electrónica de baile, las nuevas propuestas del pop mestizo latinoamericano, pop-rock español, indie, world music y clásicos del rock. Todo en el mismo lugar.
Ahora llega la edición de 2018, y el Cruïlla se mantiene firme en una propuesta creativa que se ha demostrado que es acertada. El festival crece en público, y este año la propuesta artística es de las más ricas y variadas que le recordamos, hasta el punto de que parece un resumen muy bien delineado de lo que es la música popular y moderna en este punto exacto del siglo. Y, además, sin perder de vista una de las obsesiones del festival: que cuando se entre en el recinto, durante diez horas, nunca pares de divertirte. ¿Quieres saber qué encontrarás? Vayamos por partes.