"'Wonderland' muestra el desastre, que la evolución espiritual y la mental están en conflicto. No tengo fe en las masas, pero todavía me queda fe en los individuos". Así de rotunda se muestra Andrea Miller en una entrevista telefónica desde Nueva York. Mientras camina para comer algo rápido entre ensayo y ensayo, pocos días antes de ocupar el Teatre Grec, nos presenta su 'Wonderland'.
Pero no la veremos bailar. "Es que no me gusta. Me gusta bailar en el estudio, donde se crea y se evoluciona, donde siempre es posible mejorar. En cambio, las funciones son como el funeral de la danza, la foto final antes de morir. Por eso, en mi compañía intento crear situaciones que no se repliquen, sino que se revivan cada vez".
De todas formas y aunque esté cansada de las comparaciones, su paso como bailarina por la Batsheva de Ohad Naharin fue un buen trampolín. "Me influyó como artista, pero ya llevo muchos años trabajando mi propio lenguaje de movimiento y de composición. Las ideas que me interesan ahora no vienen de allí sino de los artistas con quienes trabajo, mis colaboradores". Y por eso se la reconoce como una de las artistas más originales del panorama actual neoyorquino, a lo que ella responde que no se trata de buscar la originalidad, que este no es su objetivo, "sino dejar que trabaje la curiosidad".
Una curiosidad que la acerca al arte plástico, la música, el cine, la literatura... para volver siempre al lenguaje de la danza. "Me gusta pensar la manera de traducir otras formas artísticas, sobre todo si son complejas y trascendentes". En el caso de 'Wonderland', fue la obra del artista chino Cai Guo-Qiang Head -con 99 lobos saltando y chocando contra una pared de cristal, como alegoría de la condición humana-, la que la animó a hacer esta pieza antimilitarista.