No estamos muy acostumbrados a ver, en Barcelona, espectáculos de danza contemporánea con un cuerpo de baile de diecisiete bailarines. Intérpretes que funcionan como un solo ente, con una técnica y una perfección compositiva despampanante. Y la Sydney Dance Company que comanda Rafael Bonachela es ejemplo de ello, una máquina de disparar belleza.
Bonachela, con el apoyo de la música creada 'ex profeso' por Nick Wales, hace un viaje interior muy potente, que en los 'pas à deux' adquiere personalidad, incluso comprensión. Cuando todos los bailarines están en escena todo estalla para reproducir las relaciones entre las personas. Pero parece que hay una barrera entre la compañía y lo que percibe el público, más allá del simple placer estético de contemplar una tropa que baila como un solo ser. No es que eche de menos una dramaturgia, un hilo, sino que me pierdo en la niebla conceptual. Todo es demasiado bonito. Y llega un momento en que tanta perfección crea un poco de repulsión, como si aquello no fuera con nosotros. Seguramente es lo que separa el caos del Raval a la armonía de Sydney. No lo sé.
Sin embargo, debemos decir que hacía ocho años que no veíamos una pieza de Bonachela en Barcelona. ¡Ocho años! No hemos seguido su evolución desde que en 2008 fue nombrado director artístico de la Sydney Dance Company. Una lástima.