La Criolla hace referencia a sus orígenes latinoamericanos, a las ganas de integrarse y también al cabaret de las Drassanes donde proletariado y clase alta se divertía hace un siglo. Modelo de negocio con ideología: "En un barrio muy conservador, queremos ser una oferta contemporánea y nada clasista". Y están convencidos de que llenarán el vacío "de los bares de diseño sin producto artesano" y le ganarán la partida a las panaderías degustación de todo a cien.
Partiendo de la idea de la decadencia de la pastelería tradicional -¿quién compra ahora una tarta Sacher gigante para diez personas?- y del consumidor responsable, "que piensa en su salud y quizá sólo quiere comer un plato", han parido un modelo de carta que mezcla briochería dulce -sneken, pastel de zanahoria, brownie, todo el repertorio-, repostería de piezas individuales creativas -una cazuelita de frutos rojos de Sant Pol y espumoso de vainilla- y bocadillos clásicos y criollos. Los primeros están hechos con pan del Forn Sant Josep y bull de proximidad.
Los segundos, con pan hecho por ellos mismos y fórmulas tan creativas como el pan de cereales con pechuga de pollo, lechuga, queso, tomate y compota de manzana. Y a mediodía, la opción de pedir el plato del día, postres y bebida, (10 €), primero y segundo sin postre (11 €) y todo el paquete (12 €). Los postres siempre incluyen especialidades de la casa, y los principales pasan, por ejemplo, por un saquito de ternera con garbanzos, en apariencia un durum, con un sofrito maravillosamente especiado. Cafés el Magnífico hechos por barman y Km 0 siempre que sea posible. Buenas intenciones muy meditadas, tienen que triunfar: no les falléis.