Establecimiento cerrado
Una colección de mariposas disecadas repartida por diferentes puntos del local. Billetes de diferentes nacionalidades colgando como jamones de Jabugo tras la barra. Objetos polvorientos que parecen sacados del atrezzo de ‘Los otros’. Banderas suecas. Cuadros con una simbología extraña que parece persa. El bar Avesta es uno de los máximos exponentes del estilo rústico sálvese quien pueda que define las tareas de culto del Gótico más sombrío.
En esta caverna construida en forma de laberinto asimétrico, los materiales conviven celebrando una fealdad que atrapa al visitante. Madera envejecida, piedra pintada de blanco y baldosa antigua se fusionan en un interiorismo sin DO. La conjura obligatoria en este espacio, una vez acomodadas las nalgas en las sillas hechas con troncos de leña, es probar la leche de pantera-la mejor del barrio-o la absenta. También disponen de una lista muy decente de cervezas y, si queréis, incluso preparan un agua de Valencia ideal para volver a casa reptando. Este lugar es la repera. Los altavoces, Ana Belén deja paso a Joaquín Sabina en el que juraría que es un greatest hits artesanal con lo mejor del pop-rock progre español de los 80. Cojo aire y el aroma kitsch me invade la nariz. La acompaña la sensación de estar en un agujero especial, una singularidad en el Gòtic que deforma el tejido espacio-tiempo, engullendo guiris, universitarios, borrachos locales, bohemios e incluso frikis de la tierra, como el loco que os escribe. Bienvenidos a casa.