'Que no nos frunjan la fiesta' ha mutado de arriba abajo en todos estos años de rodaje, y la segunda parte no es mucho más que un cambio de nombre de cara al público, para declarar que lo que vieron y lo que verán no es lo mismo. Y no lo es.
La táctica desorientadora
Sus monólogos se dividen en tres ámbitos que se mezclan a toda velocidad. El primero es el más clásico, el que juega en la identificación de las peripecias -sobretodo de pareja- del monologuista con el público y que siempre comienzan con un "a vosotros no os pasa que...?" seguido de un desfile de tópicos de lo que esperan de la vida los hombres y las mujeres, especies de planetas diferentes que aún así no pueden vivir los unos sin los otros. En este sentido, juega la inocencia como pocos, como si ésta fuera la primera vez que verbalizara una serie de ideas simples y nada reveladoras que dichas por él son inocentes y, por tanto, cómicas.
Pero esta parte, la más pesada por su insistencia, da paso a pequeños destellos de lucidez en los que, de repente, sí lanza, con la misma ligereza, una incongruencia tan grande que hace que el cerebro del público sufra cortocircuitos generales. Estos disparos son lo más brillante de todo el espectáculo.
La última parte, también servida a cortes, es su faceta de cantautor. Antes de ser monologuista David Guapo fue músico, sobre todo músico de bar, y ahora aplica la técnica al humor hasta el punto de cantar un reggaeton catalán y acústico para cerrar el espectáculo. -Maria Junyent