Cruzando la jungla nocturna de la Rambla, donde se ofrecen casi a la vez coca, mamadas y cerveza, se llega al callejón Nou de Sant Francesc. El fin de semana suele haber colas de gente. Entre semana, lo único que delata el local son unas luces rojizos. Una vez superada una doble compuerta llegamos al interior de un cubo con siete bolas de espejos: una caja de bombones o una caja de sorpresas.
La realidad es que, desde el año 2011, el Macarena Club se ha convertido en un pequeño punto de peregrinación para los amantes de la electrónica. Hay capacidad para ochenta personas que se agrupan alrededor del DJ, desde donde se puede seguir la acción de cerca. La clientela es joven y preparada, desde alguien con un 'mohawk' de campeonato hasta uno que se protege el cuello con una correa de cuero pro-BDSM.
El piso de arriba es para el lavabo y el guardarropía, la única cosa extraña es que un chupito valga 5 euros. El espacio tiene un aire industrial que poco recuerda el tablao flamenco que había llegado a ser. La textura se espesa por los cañones de humo y por la neblina de muchas noches. La cosa comienza con concentración, precisión y termina con euforia.