El Liceu propone una Navidad belcantista con el regreso, tras nueve años de ausencia, de 'Lucia di Lammermoor', de Gaetano Donizetti, cumbre del melodrama romántico italiano. Aunque sea, por encima de todo, una ópera de soprano –Lucía debe superar los pirotécnicos retos vocales de la más famosa escena de locura del repertorio–, el principal reclamo del montaje es el debut del tenor Juan Diego Flórez en el papel de Edgardo.
Flórez lleva el emblemático personaje a su terreno, más ligero, y se reserva para afrontar en buena forma su gran escena final, en la que derrocha expresividad, elegancia y encanto vocal. A su lado, la soprano Elena Mosuc es una Lucia de gran aplomo y seguridad técnica, aunque poco implicada en la definición teatral del personaje. En este sentido funcionan mucho mejor las dos voces que encabezan el segundo reparto, la soprano María José Moreno y el tenor Ismael Jordi; hay química, dan el perfil romántico y apasionado de Lucia y Edgardo y se entregan a un canto de gran belleza y expresividad.
Rinden mejor nivel los bajos Simón Orfila y Marko Mimica, sólidos intérpretes del papel de Raimondo, que los barítonos Marco Caria y Giorgio Caoduro, de canto más tosco en la caracterización del malvado Enrico Ashton. El equipo de comprimarios y el corazón luchan, no siempre con éxito, con el exceso de decibelios en el foso; de hecho, la lenta y contundente dirección musical de Marco Armiliato no se lo pone fácil.
El montaje, de la Ópera de Zúrich, es discreto y lleva la firma escénica de Damiano Michieletto, que cierra la angustia, el aislamiento y la locura de Lucia en una fría torre de hierro y vidrio. No pasan grandes cosas teatralmente, pero Michieletto se guarda un as en la manga, el salto al vacío desde las alturas de Lucia mientras lanza su estremecedor agudo final; y el salto de la doble es espectacular.