"Jay Gatsby surgió de la idea platónica de sí mismo". Así lo escribió Scott Fitzgerald, hacia 1925. ¿Quién demonios era aquel enigmático individuo, dueño y señor de una mansión de mármol de West Egg, y anfitrión de cientos de oportunistas que cada noche iban a ponerse las botas de langosta y Moët&Chandon a los jardines de su casa? Nadie lo sabía, pero entre los parroquianos de sus dominios circulaban todo tipo de rumores. Unos decían que era sobrino del Kaiser Guillermo II, el último rey de Prúsia. Otros, que había sido espía de los alemanes durante la Gran Guerra. Y en una de estas suntuosas juergas de libertinos anfetamínicos que sudaban el alcohol en la pista de fox-trot sin acertar ni un paso, incluso se escuchó que había matado a un hombre. Ay, el sueño americano... ¿Cuál de estas versiones de Jay Gatsby era la auténtica?
Envidiable fondo de armario
De día se dejaba ver por su finca vestido de franela blanca, con una camisa plateada y una corbata dorada. Los sastres de los años 20 podían ser muy extremados, y a Gatsby nada le daba vergüenza. Las malas lenguas dicen que tuvo la osadía de ir a alquilar un reservado en el Plaza de Nueva York enfundado en una americana de color rosa. Pero la pieza estrella del armario eran los esmoquin. En casi todas las adaptaciones cinematográficas que se han hecho de El gran Gatsby se nota una cierta reticencia a vestirlo como un loro. Pero el uniforme de pechera y pajarita, el de etiqueta, no ha fallado nunca. Es el que lleva Warren Baxter en las pocas imágenes de la versión de Herbert Brenon que han sobrevivido. Fue rodada en 1926, sólo un año después de la publicación de la novela, y en España se estrenó con un incomprensible título, 'La dicha de los demás'. Por desgracia forma parte de aquel extenso catálogo de películas mudas que a día de hoy no conservan ninguna copia.
Copas como fruteros
'El gran Gatsby' estuvo a punto de titularse 'Trimalción', como aquel miserable venido a más de El Satiricón de Petronio que se hacía pasar por pariente de la aristocracia romana y montaba banquetes para impresionar a todo el mundo. Si alguien le preguntaba por sus orígenes, Gatsby enseñaba siempre una medalla que le habían dado en Oxford, en sus tiempos de estudiante. Y, como Trimalción, tapaba los episodios oscuros de su biografía con manga ancha. Cada noche, los feligreses de la mansión de West Egg disfrutaban de una orquesta completa, vestidos para las chicas, orquídeas como para llenar una docena de invernaderos y, como dijo Nick Carraway con buen criterio, copas de champán tan grandes que parecían fruteros.
El Rolls-Royce amarillo
¿Conocéis aquella película de Anthony Asquid, con Ingrid Bergman y Rex Harrison, que se llamaba 'El Rolls-Royce amarillo'? Pues no hablamos de esto, porque tenemos otra cosa en mente: Robert Redford, en el film de Jack Clayton con guión de Coppola, mirando con cara de póker la inmensidad del mar. ¿Qué le pasó a Jay Gatsby? ¿Por qué controlaba a sus invitados desde detrás de unas cortinas? Detrás de aquella sonrisa de libertino entusiasta se escondía algo que lo hacía desgraciado. Por suerte, en su garaje tenía un Phantom descapotable, de color amarillo, brillante y potente. Conduciéndolo se olvidaba de todos sus males.
Crítica
Discover Time Out original video