Después de haber rodado tres películas de éxito con Keira Knightley, empezando por 'Orgullo y prejuicio' en 2005, Joe Wright ya sabe por donde le van a buscar las cosquillas. "Sólo mi mujer tiene el título de musa", dice el director de 41 años. Y no se refiere a Knightley, sin a Anoushka Shankar. "Pero es cierto que con Keira comparto un montón de cosas, y me gusta mucho -continúa-. Nos parecemos como si fuéramos hermanos. Trabajamos juntos, y muchas veces no nos ponemos de acuerdo. Casi siempre gano yo". Se está haciendo el simpático. En estos casos, acostumbra a rodar dos versiones de la escena y en la sala de montaje decide cual vale más la pena.
Desde Washington, al teléfono, Wright describe a su estrella recurrente -notad que evito el término "musa"- como una mujer valiente, atrevida, y que siempre lleva las de perder. "No necesita el amor de la audiencia", insiste. Wright lo ha puesto a prueba en 'Anna Karenina', la última colaboración de la pareja desde 'Expiación', en 2007, y el trabajo más meticuloso del tándem. Esta versión de la novela de Tolstoi está pensada a favor de una protagonista brillante, despierta, muy alejada de aquella triste y sufridora Greta Garbo de la versión de Clarence Brown. "No es una heroína feminista, ni una víctima de la sociedad patriarcal -explica Wright-. Nos hemos acostumbrado a convertir a Anna Karenina en una pobre mártir que tenemos que querer a la fuerza".
Su gran apuesta consiste en dar ventaja al grueso irónico del clásico ruso. "El libro que leí es el retrato de una mujer difícil, comprometida, obsesiva y que, al final, no tiene más remedio que autodestruirse". Y se ha adentrado de una manera emotiva, salvaje. 'Anna Karenina' es un psicodrama lleno de color llevado a la pantalla con una teatralidad manifiesta: las cortinas rojas de un escenario son el testigo de las neuróticas transformaciones de los personajes, los trenes de juguete se hacen reales, y toda la acción se desarrolla como si cruzáramos los tabiques de una casa de muñecas. Poco tiene que ver con la novela de Tolstoi. En ella no encontraréis ningún caballo que se caiga a la platea. "Por supuesto que no -suelta-. Se podría decir que el realismo pone una barrera entre mis personajes y yo".
A diferencia de muchos de sus amigos de infancia, Wright ha demostrado un interés por la literatura brutal, insólito en alguien que no ha pisado la universidad. "Forma parte de mi educación", responde. Se lo piensa un poco, y añade: "Leyendo a Tolstoi puedes trazar muchos paralelismos con la vida de las celebrities y las planas más altas de la sociedad actual". Pero su conexión con el argumento va más allá. Dice que hay un vínculo espiritual, que se debe en parte al hecho de ser padre, en parte al hecho de ser un hombre que pasa de los 40. "Me siento muy identificado con las inquietudes de Tolstoi -confiesa-. Él tenía mi edad cuando escribió este libro".
Los Òscar no fueron generosos con él. 'Anna Karenina' sólo se llevó el premio al mejor vestuario. "Creo que las competiciones son la antítesis de todo lo que hemos estado hablando hasta ahora", me corta. Parece que dude, y entonces me habla de una noche terrible, después de 'Hanna', en la que se puso a leer todas las críticas negativas que se habían publicado. "Quienes las escribieron tenían razón", murmura. Enseguida hago que vuelva el hombre de fe. ¿De dónde diría que vienen sus películas? "De la esperanza, siempre de la esperanza", acaba.