La voz nasal, fuerte y cavernosa al otro lado del teléfono, no deja lugar a dudas. Es Willem Dafoe. Casi puedo verlo a mi lado, respirándome cerca, con esos dientes tan duros que se alinean en una mordida de hierro y esos ojos que se dan un aire febril a Klaus Kinski, quizás un poco más tiernos. Fue el joven que hizo arder una ciudad en 'Calles de fuego' y el Nosferatu de uñas de plomo de 'La sombra del vampiro'. Película tras película, ha ido generando una mitología del loco. Por eso me inclino a pensar que el papel de Van Gogh le estaba esperando, que es providente que haya rodado con Julian Schnabel 'Van Gogh, a las puertas de la eternidad'. Se lo digo, y parece que le hace gracia.
Hemos visto el rostro de Van Gogh miles de veces, en sus autorretratos, en las películas que se han hecho. ¿Cómo ha sido transformarte en su imagen?
Me concentré en el acto de pintar, como un medio para volver a esos mismos lugares donde Van Gogh vivió al final. En cierto modo ha sido como buscar un fantasma, que sigue habitando unos paisajes que apenas han cambiado desde que él murió. Pero al mismo tiempo se trataba de compartir con el público una experiencia artística profunda, más que explicar su vida, porque eso ya lo hizo Minnelli.
Eres tú quien pinta los cuadros en la película, ¿verdad?
Sí, no hay dobles. Julian fue mi maestro. Él me instruyó. Salíamos a caminar por el campo y me enseñaba a coger el pincel, a tocar el lienzo, a hacer marcas, a pintar la luz. Recuerdo una escena que rodamos, muy al principio, en plena hora bruja. El sol se iba y Julian me dijo que instalara el caballete y me pusiera a trabajar. De repente el tiempo dejó de importar. Me sentí absorbido, más allá de lo que veía, en una conexión total con la naturaleza. Después descubrí, a un lado del camino, una señal que indicaba que Van Gogh había pintado esa misma vista. Por un momento, creo, yo fui él de verdad.
Van Gogh ha pasado al imaginario popular como un loco que se cortó una oreja. ¿Te interesaba la parte clínica del personaje?
No pensé mucho en ello, más allá de que creo que los trastornos estaban muy ligados a su trabajo. Los últimos años, los más oscuros, son también un período de gran productividad. Van Gogh se protegía de sus dificultades sociales a través de la pintura. Era un refugio donde se sentía feliz. Quizás te diría, incluso, que me concentré más en la alegría y la euforia que en los brotes psicóticos.
Y aún así, tienes tendencia a interpretar individuos algo torturados o por lo menos que se encuentran en una situación límite.
Es interesante que lo digas, y seguro que tienes razón, pero yo cuando me meto dentro de un personaje nunca pienso que esté desequilibrado ni que sea un lunático. Yo no interpreto a locos. Interpreto a personas, que pueden tener un perfil más bien extremo, que quizás pierden la cabeza o están como un cencerro. Pero mi trabajo es buscar la cara humana, la verdad. Lo otro sale de forma inconsciente, incluso en los casos más exagerados, como cuando hice 'Speed 2', y a menudo no me doy cuenta hasta que veo la película terminada. Pero cada vez que me enfrento a un nuevo papel intento sacar algo de dentro de mí, algo que es muy íntimo. Y yo sé que no soy ningún psicópata.
No puedo dejar de pensar que en 1988 hiciste de Jesús en 'La última tentación de Cristo', de Martin Scorsese. ¿Es fácil encarnar a Cristo?
Hay un paralelismo entre hacer de Van Gogh y de Cristo, que tiene que ver con el hecho de desembarazarse de prejuicios y empezar desde cero a buscar la figura real que hay detrás de la magnitud divina de la imagen. El Cristo de la película de Scorsese no era el Cristo de los crucifijos ni el que caminó por encima del agua. No era un superhéroe, sino alguien cercano e imperfecto.
¿Puedes olvidarte de que estás haciendo de Cristo si llevas una corona de espinas y te clavan en una cruz?
De hecho, me tenía que olvidar de que estaba haciendo de Cristo, pero también tenía que olvidar que era Willem Dafoe, un actor haciendo ver que sufría desnudo en lo alto de una cruz. Era otra cosa, una sensación nueva que yo vivía por primera vez. Lo más opuesto a la verdad que existe es la razón, y cuando haces una película así tienes que dejar atrás todo tipo de lógica.
Al final de la película de Schnabel se ve cómo mataron a Van Gogh a tiros. Hace cinco años fuiste Pier Paolo Pasolini en una película de Abel Ferrara. Ahí también recreabais el asesinato.
Ese fue un caso especial, porque para mí Pasolini es una figura muy importante. Hacer 'Pasolini' me ayudó a acercarme a su mente, a sus ideas, a sus películas, a sus escritos. Fue magnífico rodar en aquellos descampados romanos donde él jugaba al fútbol y poder trabajar con Ninetto Davoli, que había sido su actor y amigo, en un guion que dejó inconcluso.
Has estado cerca de Dios y del demonio. Quiero preguntarte por la experiencia de trabajar a las órdenes de Lars von Trier en una película como 'Anticristo', donde el sexo y la violencia se abrazan en un acto diabólico.
Me encanta trabajar con Lars y tengo muchas ganas de volverlo a hacer. En 'Anticristo' exploró algunas cosas importantes que en el cine son tabú, como el poder femenino y la idea de la mujer sexual frente a la maternidad. Está ese momento en que Charlotte Gainsbourg me masturba y yo eyaculo sangre, que en cuanto a lo que comentabas ahora es muy impactante. Aparte, tanto el principio como el final de 'Anticristo' son puro cine, una obra de arte en todos los sentidos. Lars trabaja los conceptos de una manera muy fuerte y crea un lenguaje para explorar lo más oscuro que yo como actor disfruto.