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Una tarde en el Quim de la Boqueria

Escrito por
Òscar Broc
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Conozco a un gastrónomo a jornada completa que come cada día en el Quim de la Boqueria. Y cada día deja constancia de ello en su cuenta de Instagram. Hace años que mi amigo considera esta barra rectangular uno de los mejores restaurantes de Barcelona. He intentado quedar con él muchas veces, pero las agendas nos lo han impedido. Además, hasta hace poco, los incontables intentos que había hecho de comer solo en el Quim habían chocado siempre con una costra de guiris impenetrable alrededor de la barra. Imposible.


Curiosamente, hace dos semanas, mi pareja y yo hicimos una visita improvisada al mercado de La Boqueria. Era un viernes a las 16h. No queríamos ir al Quim, pero el Quim decidió que nos quería a nosotros. Y nos mostró dos taburetes libres que nos agenciamos como si nos fuera la vida en ello. Milagro de los gordos.


Ahora que está tan de moda sobredimensionar restaurantes y que muchos establecimientos decepcionan debido a las expectativas infladas, un rincón como El Quim de la Boqueria tiene un valor aún mayor: la comida es tan cojonuda que incluso supera las expectativas creadas, que son altísimas, estratosféricas. Esperábamos platos buenísimos, y nos encontramos con platos divinos, milagrosos, epifanías comestibles...


Abrimos el apetito con dos ostras colosales. No había que masticarlas. Finísimas. También nos llegó una cazoleta humeante con una montaña de chipirones sobre dos huevos fritos. El sabor era aún más intenso que su aspecto. Uno de los mejores platos que he probado en mucho tiempo, rock'n'roll se queda corto: ¡aquello era punk!


Sin tiempo a procesar lo que habíamos comido, nos vimos ante unos callos de la casa que podrían ser los mejores que he masticado en mi vida. Y la traca final: un rabo de toro al estilo Quim que hicimos desaparecer del plato sin descanso, con minuciosidad, hasta dejar los huesos más relucientes que los grifos de Karl Lagerfeld.


Hace poco que el Quim se ha renovado y ha mejorado su aspecto y prestaciones. La barra acoge más taburetes, la cocina es más grande y tienen nuevos juguetes para hacer vibrar al respetable. De hecho, convencidos de que encontraríamos lugar otra vez, el viernes pasado volvimos a La Boqueria a las 16h, pero no encontramos ni un solo centímetro cuadrado libre en la barra. Entonces, me di cuenta de la grandeza de este restaurante. Al Quim no vas cuando quieres, vas cuando quiere el Quim. Esperaremos la convocatoria. No tenemos prisa.

 

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