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La semana pasada, el crítico de cine Pere Vall me pedía, en un ataque de indignación 100% George Costanza, que cargara en este blog contra el 'mobbing' que desde hace un tiempo se le está aplicando al azúcar refinado, el blanco de toda la vida, en muchas cafeterías barcelonesas.
Es una reivindicación que me cautiva porque es deliciosamente suicida. El azúcar blanco es un veneno que sólo se debería comercializar en las droguerías, junto al salfumán y la lejía industrial; llorar su desaparición de las cafeterías en estos tiempos bio-hipsters-healthy-raw-chupi-brunch es un acto de locura y valentía al que tengo que adherirme.
¿Sabes qué, Pere? Tienes razón. El boicot al azúcar blanco es un hecho palpable en cualquier cafetería o bar moderno: en las mesas, las azucareras de siempre han sido sustituidas por cuencos con una pasta marrón que deja el café con un sabor a colchón muy inquietante. La moda del azúcar moreno también ha sido decisiva. Parece que si endulzamos el cortado con estos granos marrones estaremos más sanos. ¡Y el espejismo funciona! El blanco ha perdido el privilegio de ser la opción por defecto y en muchos lugares ya te ponen la taza con un sobre de azúcar moreno altamente sospechoso (muchos son refinados también); si lo quieres blanco, lo deberás pedir con la boca pequeña, como si preguntaras por cocaína; como si fueras un yonqui, un desheredado.
La fiebre de la 'healthy food' tiene estas cosas: suele hacer más difícil el trayecto existencial de los que queremos palmarla antes, pero felices. No somos imbéciles, ya sabemos que el azúcar blanco es más dañino que la diarrea de trol, pero por favor no lo erradiquéis de las cafeterías. Me parece maravilloso que llenéis la mesa con cuencos de azúcar de caña de Chiquitistán o néctar de estevia recogido por duendes de Greenpeace, pero al menos dejad un sobre pequeño de azúcar blanco escondido en un rincón, para los que llevamos siglos contaminando el cortado con esta droga de diseño y ya no tenemos remedio.
En Barcelona todavía hay locos que no queremos renunciar al milagroso combo café con leche-azúcar blanco. No hay nada que se le parezca, es la droga que hemos tomado toda la vida, lo aprendimos de nuestros padres, de nuestros abuelos... ¿Tan difícil es dejar que nos autodestruyamos como manda la tradición?