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Literalmente, dos hectáreas y media. Vacías. Más de la mitad de una manzana del Poblenou. Literalmente, a diez minutos de las Glòries, de Mediapro y del Museo del Diseño. Y de la torre Agbar, la incorporación más reciente al skyline de Barcelona. En el corazón del 22@, el tiempo erosiona las paredes de Can Ricart.
La chimenea se ve desde lejos, sola y algo agrietada. El resto del recinto: vallado. Hace falta acercarse para descubrir las antigas naves industriales abandonadas, parcialmente dubiertas por graffitis. Dos hectáreas y media de paredes medio derribadas, techos rotos y descampados descuidados.
Ya hace diez años que Can Ricart se vació de vida. Antiguamente una fábrica innovadora, Can Ricart había alquilado durante años sus naves a pequeñas empresas y espacios de creación. En 2005, todo el mundo tuvo que irse. El Ayuntamiento de Joan Clos recalificó los terrenos de industriales a edificables. La guerra había empezado.
Todo el mundo tuvo que irse, aunque no sin hacer ruido. De hecho, Can Ricart se convirtió en un símbolo de lucha por el patrimonio histórico y el tejido asociativo del barrio contra unos planes urbanísticos que no los tenían en cuenta. El modelo del 22@ había empezado a absorver manzanas enteras y había contagiado la prisa para derribar Can Ricart y poder construir en su lugar. Hubo ruido, pero todo el mundo tuvo que irse a base de empujones.
Y ahora ya no queda nadie. Can Ricart lleva diez años vacío, con la excepción de Hangar.org, el único espacio de creación que consiguió quedarse. Una mitad, propiedad de la inmobiliaria Alza Real Estate, vacía. La otra mitad, propiedad del Ayuntamiento, vacía. Las promesas se han hecho, pero de momento no se ha cumplido ninguna. ¿Equipamientos para jóvenes? Aún se está restaurando la nave que supuestamente debe alojarlos (y el proyecto tenía que acabar este julio).
Y mientras Can Ricart queda vacío, Poblenou se desvanece. Porque hay las Glòries, el Museo del Diseño y la Torre Agbar, pero las paredes se derriban, las naves industriales se derrubman, las persianas se bajan y Poblenou se desvanece. La memoria de un barrio sobrevive tanto como sobreviven sus símbolos. La chimenea de Can Ricart se agrieta.
Mar Romero