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Si Hans Christian Andersen levantara la cabeza y volviera a Barcelona, aún podría alojarse en la fonda Oriente de la Rambla, donde hizo estancia en septiembre de 1862. El escritor danés, autor entre otros cuentos de La sirenita, contribuiyó a dar a conocer al mundo el boulevard de Barcelona, el paseo que le hizo sentir como en el París de la península. Dejó sus impresiones por escrito en uno de los capítulos del libro Viaje en España, marcando un recorrido que invita a seguir sus huellas.
Se adentraron por callejuelas de trazado medieval, estrechas, sombrías y llenas de vida, con músicos y actores que animaban el camino. Más o menos, como hoy en día. No vio las torres coronadas por agujas de la catedral porque aún no existían. Le sorprendió la sencillez del templo antes de la reforma neogótica, sin una fachada vistosa y encajado entre cuatro callejones, pero todavía le sorprendió más descubrir que en el claustro vivían gansos.
De allí, paseando, se dejó llevar por el aroma de mar hasta el puerto, descubriendo el alegre y soleado barrio de la Barceloneta, desde donde llegó a la playa. Se quejó de que, a pesar de que hacía todavía calor, estuvieran desmontando las casetas para los bañistas, pero se hizo un baño igualmente. Y eso que ahora dicen que la ciudad estuvo cerrada al mar hasta las Olimpiadas.
También fue a una corrida en la plaza de toros de la Barceloneta, la desaparecida Torín, la primera que hubo en Barcelona, el lugar donde, según recuerda a sus lectores, dio inicio la revuelta ciudadana de 1833.
El espectáculo y la memoria histórica le debía impactar, porque de allí se fue al cementerio de Poblenou, a hacer compañía a los muertos durante un rato. Paseó por el recinto viejo, ya que aún no se había hecho la ampliación, y se mareó por hacerlo a pleno sol. La brisa marina, el guirigay de los pescadores en la playa y los silbidos de los trenes que pasaban cerca del mar pusieron la nota pintoresca al final de una curiosa jornada.
Le gustaba mucho comer en las fondas de la ciudad y tal vez lo hizo a la del actual Hotel España, ya abierto entonces. Si repitiera hoy en día, podría comer en el Salón de las Sirenas que el pintor modernista Ramon Casas hizo tiempo después, quién sabe si inspirándose en la visita de Andersen.
Uno de los últimos días que pasó en la ciudad llovió a cántaros. La Rambla se convirtió en un torrente por donde pasaban las aguas enfurecidas llevándose por delante todo lo que encontraban al paso. Una placa en la fachada del actual Hotel Oriente recuerda que Andersen contempló ese hecho desde allí. Hoy día, si volviera, las riadas serían de turistas.