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Ir al cine debería ser un ritual respetuoso, no una Telecogresca. Seguramente me hago mayor y me estoy volviendo un puto amargado, no lo descarto, pero me parece que lo que antes era una misa, con el paso del tiempo se ha convertido en un cachondeo. Hace unos años, cuando se apagaban las luces, la gente se callaba. La gente respetaba. Ahora, la gente hace lo que le da la gana... y no pasa nada.
Soy un partidario convencido de las palomitas y la bebida en el cine. Hay pelis que exigen una buena dosis de azúcar, sal y colesterol barato. El problema no es el arma, es el tío que la tiene. Y hay gente que come palomitas y bebe soda como si se hubiera criado en una colonia de orangutanes; como si su misión en el planeta Tierra fuera molestar.
Hablo de gente que busca petroleo en las profundidades en las cajas de palomitas. Locos que rascan y rascan el cartón, como si las palomitas huyeran y las persiguieran frenéticamente por las profundidades del recipiente. Es un ruido irritante que se podría evitar con una cosa que utilizaban los antiguos: educación. Aunque parezca mentira, es posible comer palomitas sin molestar.
También hay gente que piensa que está en el sofá de casa y absorbe la cola aunque no quede ni una gota, haciendo un ruido espantoso. Solo queda hielo en el vaso, pero estos maníacos siguen sorbiendo y sorbiendo del vacío, como si de un momento al otro, el vaso se fuera a llenar de refresco por arte de magia. Son los mismos maleducados que necesitan dos minutos para abrir una chocolatina y hacen un jaleo insoportable con el papel.
Y ¿qué me decís de la gentuza que no sabe cuándo tiene que callarse? Es muy fácil entenderlo: cuando se apagan las luces y empieza la peli, toca silencio. Pues no. Hay pesados que tienen tanta necesidad de hablar con su acompañante que hablan... y hablan... y hablan. Incluso los hay que hacen comentarios estúpidos sobre la peli durante toda la proyección, porque se creen graciosos. Estos son los más repugnantes.
Y esto no se acaba aquí. Sería injusto olvidarse de los que llegan tarde a la sesión y te fastidian el principio de la peli. Estos deberían quedarse fuera, como pasa en el teatro. Y no me hagáis hablar de los desgraciados que no paran de dar golpes a la butaca de delante con los pies.
Pues si no había suficiente, ahora una nova raza de tocahuevos se ha añadido a la fiesta: la gente que es incapaz de mantener el móvil apagado durante dos malditas horas; la gente que rompe la oscuridad de la sala con la luz de su terminal; la gente que está haciendo que cada vez me cueste más pisar un cine... La gente.