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He cogido una tabla de skate y le he puesto alerones dentados con las puntas embadurnadas de veneno. He forrado las ruedas con hojas de cuchillo afiladísimas, como la cuadriga de Mesala. He construido una cabina blindada de la que salen dos mangueras antidisturbios para desequilibrar los enemigos. He rematado la jugada encajando en ella un equipo de sonido que escupe música de Kevin Roldan a toda leche. Salgo a pasear tranquilo por primera vez en mucho tiempo. He aprendido la lección. Los tiempos se han endurecido y en Barcelona ya no es seguro transitar las aceras como hacían nuestros ancestros: a pie.
Desconozco qué día desaprendimos en Barcelona el concepto de acera, pero si la leyenda es cierta, grosso modo se trata de un espacio reservado al peatón. Los vehículos, si no me fallan las fuentes, deberían transitar por la carretera. Esta norma elemental de convivencia en la ciudad se ha roto por culpa de una nueva generación de transportes anfibios que pueden ir por la acera, por la carretera, y no se pasean por el recibidor de casa de tu abuela porque no tienen las llaves.
La pesadilla es diaria. Salir a pasear por las aceras de Ciutat Vella puede convertirse en la segunda parte de "Mad Max Fury Road". Segways futuristas en manada atropellan abuelas y perros. Bicis eléctricas parten rótulas de transeúntes. Skates y longboards dejan sordos y hacen huir a los atemorizados paseantes. Motoretas eléctricas asesinas. Patinetes bomba. ¡Airwheels! Hace tiempo que las aceras ya no pertenecen a los peatones, sino a estas bandas de bárbaros sobre ruedas que nos arrinconan. Nos acojonan. Nos dicen que nos hagamos a un lado, como si los intrusos fuéramos nosotros.
Sólo hay dos vías para que el peatón recupere su posición de poder, su terreno natural. O ponemos Guardia Urbana en las aceras regulando el tráfico con la libreta de multas on fire o el desesperado transeúnte responderá a la agresión con los mismas armas. Si esto es un sálvese quien pueda sin ley ni orden, mi consejo es que conviertas tu bici vieja o el skate de tu sobrino en un bulldozer letal y no salgas de casa sin él. Al tercer longboard incívico que hagas añicos con tu tanqueta asesina, le habrás cogido el gusto a la matanza. Bien mirado, diría que a mi skate asesino le falta un guitarrista heavy lanzallamas en el frontal. Voy a ello.