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Los que nacimos en Barcelona antes de, pongamos en caso, 1995 recordamos a aquel individuo que cantaba ópera en el apeadero de la línea verde de Passeig de Gràcia. Se llamaba Ramon Julibert, y era más conocido que la Moños. Figura larga, como un Quijote sin caballo, mejillas chupadas, mentón prominente, ojos de halcón a punto de atacar. Practicaba el do de pecho de punta a punta del andén, ensayaba para un estreno que nunca llegó. Aclaraba el cuello con Fanta de naranja y luego se comía un petit-suisse que rebañaba con el dedo, porque decía que era mucho más sano y natural que utilizar una cucharilla.
No tenía un duro. Desayunaba en el centro de acogida Assís, subiendo de la vía Augusta, en una mesa arrinconada, donde se le vio practicando el 'Nessun dorma' de Puccini en un tono tan agudo que parecía el maullido de un gato ahogándose en un barreño de agua fría. En tiempos inmemoriales iba a ensayar a un rincón de la Ciutadella, hasta que un día se encontró un cadáver –"un fiambre!", decía él– tendido en el césped y del impacto no regresó jamás. Desde ese día, se convirtió en alma errante del subsuelo urbano. Y le fue bastante bien. Corrían rumores de que una revista inglesa de viajes lo recomendaba como visita obligatoria dentro del circuito de la ruta modernista de Barcelona: bajar las escaleras del metro y escucharlo cantar un aria.
Ramon Julibert murió en el diciembre de 2013, a los 83 años, durante el puente de la Concepción. Pérdida mayúscula. Por suerte, ya se había ganado el don de la inmortalidad. Joan Vall Karsunke, propietario del CinemaScope de Gracia y de una de las paradas del mercado de viejo de Sant Antoni, lo había estado siguiendo con su cámara. A mediados de octubre del año pasado estrenó su película 'L'home del metro' en la sala Laya de la Filmoteca. Solo hubo un pase, e hizo 'sold out'. Lo digo renegando, porque fui de los denostados que se quedaron a las puertas, cagándome en Lucifer. Su historia es también un poco mía. Y de todos.
Junto todos estos apuntes biográficos y sentimentales para deciros que el viernes 29 de mayo 'L'home del metro' se estrena en los cines Maldà. Está llamada a ser un gran 'hit' de la colección de documentales de la historia oculta de la ciudad. Como 'Mónica del Raval' de Francesc Betriu. O como el film que Fran Ruvira dedicó a Joaquim Jordà, que en la fase final de su vida se hacía visitar por chamanes y curanderos esotéricos en su pisito de la calle de la Cera, por aquello de engañar a la muerte unos días más. Yo la acabo de ver –por fin!–. Pere Vall, hermano del director y colaborador habitual de la revista, me ha pasado una copia. Y he corroborado, con gran placer, que la fauna animal de Barcelona, la subterránea, la noctámbula, la que no enseña su cara bonita, no tiene igual en el mundo.