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Seguro que alguna vez, para ahuyentarlos, has tenido que desplegar los codos como si fueran las cuchillas de la cuadriga de Messala. En Ciutat Vella están causando más estragos que una plaga de peste bubónica. Son durísimos de pelar. Son los guiris empanados. No caminan: reptan. Se plantan en los puntos más conflictivos de la acera y no hay bulldozer que los mueva. Embobados. Pastosos. Obligan a los peatones a bajar a la calzada, ponen de mala leche a los barceloneses que tenemos prisa. Y cada vez son más.
El asunto es grave. La sobreexposición a esta bacteria tan peligrosa ha derivado en una afección que está poniendo en peligro la salud de la ciudad: el síndrome del turista lento. El síndrome del turista lento es una enfermedad coronaria grave que obstruye las arterias de las ciudades-parque temático. El colesterol de Barcelona.
Los neoyorquinos saben mucho del síndrome del turista lento; llevan años y años conviviendo con la enfermedad. Sin embargo, me gustaría verlos en la lata de sardinas que es Ciutat Vella: llamarían a la embajada estadounidense a los 10 minutos. Llorando.
Los tres años que viví en el Barrio Gótico fueron una lucha encarnizada contra las muchedumbres de turistas lentos. Una guerra perdida. Los turistas lentos no hacen caso de los peatones, no los ven, no los escuchan; ya les puedes mentar a la madre, que ellos no se apartan. La gran empanada.
Afortunadamente, he encontrado la solución en un documental de tiburones que vi la semana pasada. Los submarinistas iban armados con un bastón de punta eléctrica para ahuyentar a los escualos más amenazadores. ¡Eureka! Ya me he comprado uno de estos utensilios para luchar contra el síndrome del turista lento. Cada vez que vea un guiri empanado obstruyendo el paso, le hundiré el bastón en la nalga. Este lenguaje universal ya os digo yo que lo entenderá.