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El gran marginado. Eterno secundario. ¿Cuántas veces has visto listas con los mejores cruasanes de Barcelona? Docenas. Cientos. Pero siempre croissants a secas. ¡Pam! Nada más. Id a Google y veréis. Nos gusta tanto esta vianda cornuda que incluso organizamos un concurso a nivel estatal de reconocido prestigio donde elegimos el mejor del año. Como si no tuviéramos nada mejor que hacer.
Bromas aparte, puedo entender esta obsesión; el croissant es uno de los elementos gastronómicos más habituales de la dieta barcelonesa: si miráis a vuestro alrededor cuando desayunéis, veréis que la mayoría de clientes se dedican a diseccionar un croissant con el cafelito y 'El Periódico'. Es la opción que menos culpable te hace sentir cuando optas por la sacarosa matutina, en detrimento del clásico mini de queso.
Lo que no entiendo es porque el croissant clásico de mantequilla -el más aburrido de la familia- es el único que recibe todas las atenciones. Parece que sólo exista él. Ya es hora de que el culto cada vez más numeroso del cruasán de chocolate se haga oír. ¿Sois de los míos? ¿Queréis vuestro cruasán relleno de cacao hasta reventar? ¿Harto de los aires de superioridad del cruasán normal? He aquí mi top 5 con las mejores piezas de Barcelona. ¡Ah, y no dudéis en dejar vuestros lugares favoritos en comentarios!
1- Hofmann (Flassaders, 44)
En general, todos los croissants rellenos de Hofmann le dan mil vueltas al modelo básico. Encontrarás de mango, frambuesa, mascarpone -una brutalidad- e incluso manzana blanca, pero tienen uno de chocolate que me vuelve absolutamente loco y no tiene rival en toda la ciudad. La masa es perfecta, crujiente y consistente, un prodigio de la ingeniería pastelera, y cuando la aplastas suavemente con los dedos, supura un torrente de chocolate celestial, un chocolate cremoso que os devolverá a la infancia y os recordará aquellos helados de cacao con leche que os comíais con los ojos en blanco de pequeños. Nivel Dios.
2- Brunells (Princesa, 22)
Desde hace eones, Brunells hace el croissant de chocolate como Frank Sinatra: a su manera. Desde que soy cliente, y ya hace mucho de eso, ha mantenido la fórmula intacta. El algoritmo de esta joya es de lo más efectivo: una base sin cuernos con una pasta crujiente por fuera, pero sumamente blanda por dentro. En los intestinos del bicho encontraréis un río de chocolate suave, en crema, lúbrico. El porno vintage de los cruasanes de chocolate barceloneses.
3- Forn Sant Jordi (Llibreteria, 8)
Una tanqueta sólida al estilo catalán, es decir: aquí se impone la masa y el chocolate, no los vertidos tóxicos de mantequilla. Se agradece que se salten el legado francés y apuesten por el modelo clásico patentado en las panaderías de la Ciutat Vella: una pieza generosa, pesada, con miga esponjosa, recubierta con líneas de cacao en el lomo y una viga de chocolate en forma de tableta perfecta en su interior: ni demasiado dura ni demasiado blanda; ni demasiado gruesa ni demasiado fina. Puto himno generacional.
4- Canal (Muntaner, 566)
Mucho ciudado con la mantequilla: en exceso se puede cargar el mejor croissant. En Canal lo saben y le aplican la dosis justa a su campeón de chocolate. La pieza transmite pura fiabilidad catalana (con algún toque afrancesado). El croissant tiene un tamaño generoso, sin pasarse. Está deliciosamente tostado y juega con el contraste del crujiente de la corteza y la textura algodonosa de las tripas del muelle. Por dentro, ah, por dentro te bañan en un río de chocolate de máxima calidad, de pastelería top: ambrosía cremosa, casi deshecha, con un sabor no apto para glándulas salivales sin reservas al depósito. Impecable en todos los sentidos.
5-Roura (Calaf, 15)
Este establecimiento es un Delorean que te lleva directamente al pasado, cuando los hornos catalanes tenían encanto y no hacían pan congelado para alimentar palomas. Aquí hay tradición familiar, pasión por el producto y clasicismo. Al Roura no encontrará cruasanes Cuqui 2.0 con confitura de pepino: aquí lo que hace es un croissant de chocolate vintage, sencillo, directo y para todos los bolsillos. Y el resultado es insuperable; cada mordisco es un retroceso sin cinturón de seguridad en el patio de la escuela, cuando nos joda ese croissant extasiante antes de hacer el "partidillu" con el grupo. Roura siempre en el corazón (y el estómago).