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Si queréis huir de los plataneros infestados de plagas y encontrar un árbol para protegeros del sol, buscad un bellasombra, también conocido como ombú, y tendréis lo que necesitáis. Hay muchos repartidos por la ciudad y, con sus raíces aéreas, el tronco tortuoso y esponjoso, con una corteza que recuerda la piel de un elefante, y una frondosa copa son una delicia para los amantes de la lectura al aire libre y para los niños que quieren trepar fácilmente por las ramas.
Originarios de la pampa argentina, fueron introducidos en Barcelona de la mano de Jean Claude Nicolas Forestier, el arquitecto paisajista que proyectó el ajardinamiento de Montjuïc. En los jardines de Miramar se encuentran los ejemplares más antiguos, plantados en 1923, y desde su sombra las vistas sobre el puerto y la ciudad resultan más encantadoras de contemplar, especialmente los días calurosos de verano.
El más grande y probablemente el más espectacular conforma un pequeño oasis en la rotonda de la plaza de Francesc Macià y fue plantado por el paisajista municipal Nicolau Maria Rubió i Tudurí, discípulo de Forestier. Hay muchos más, en muchos parques de Barcelona, como el de la Ciutadella, el de la Estació del Nord o el de Cervantes, en la Rambla, en el paseo Joan de Borbó, en la plaza del Mar de la Barceloneta… Pero, sin duda, los que conforman el espacio más bucólico a su sombra son los de la plaza de Prim, en el Poblenou, un oasis marinero tocado por el fresco argentino.