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Erica Aspas. CEIP Turó de la Peira
Cerca de un centenar de personas de todas las edades esperábamos bajo la lluvia, en silencio y con una calma tensa que solo se rompía con los aplausos dirigidos a los ancianos que hacían el esfuerzo de desplazarse al colegio, muchos de ellos emocionados. Los furgones de la Policía Nacional rondaban por la zona, pero nos sentíamos poderosos con el paraguas en una mano y la papeleta en la otra. Acabé la jornada con más de un centenar de personas en Sant Antoni para evitar que la Policía Nacional o la Guardia Civil nos quitaran las urnas. Las horas pasaban en medio de un ambiente festivo para esperar a tener el recuento y marcharnos todos juntos para que nadie pudiera saber quien llevaba el acta, mientras veíamos los furgones bajar.
Germà Bustamante.
Rabia, impotencia, serenidad... Costaba gestionar las emociones en la puerta de la escuela de tus hijos, esperando para votar y viendo como aparecían siete furgonetas de la policía española. Un despliegue desproporcionado, todos contra la pared, yo con mis hijos, de 4, 7 y 11 años, intentando mantener la calma, intentando explicar lo inexplicable. Momentos de tensión, llantos y temblor. Ni siquiera una mirada compasiva hacia los niños que había dentro y fuera del colegio. Hacen su trabajo, lo destrozan todo a su paso, encuentran lo que buscan y se marchan a hacer otra razia. Igual que en las guerras cuando el enemigo saquea pueblos y ciudades y se lleva su botín.
Jordi Caballé. Escola El Sagrer
En la asamblea hecha en el comedor de la Escola El Sagrer de la Sagrera el sábado por la noche nos pidieron que madrugáramos. Pasé más de 8 horas hasta que pude votar y en esta larga espera viví todas las emociones posibles.
La ilusión, de madrugada cuando pensaba que no habría mucha gente y estaba a reventar. La alegría, cuando cada vez que la organización pedía un voluntario de mesa salía uno en dos segundos. La sensación de estar haciendo algo importante. La ternura, cuando se dejó pasar a la gente mayor que salía ovacionada y llorando de la emoción. La rabia, cuando nos llegaron las noticas que la Policía Nacional estaba entrando con absoluta brutalidad en dos escuelas del barrio. El miedo cuando vi las primeras imágenes de ciudadanos heridos. La solidaridad, cuando uno de los organizadores sufrió una crisis de ansiedad. El orgullo, por la absoluta generosidad de todos los organizadores y voluntarios, y más orgullo, por ver tanta gente diferente que con todo en contra conquistaron las calles. La nostalgia, pensando en los que ya no están y les hubiera gustado poder votar. Y finalmente la emoción, cuando pude meter mi voto y mis esperanzas, íntimas y personales, en la urna.
Carlota Falcó. Escola Antoni Brusi
Los gritos de la gente que estaba en la escuela Infant Jesús de Travessera de Gràcia nos despertaron. Desde el balcón veíamos furgones, sirenas y gente que bajaba muy decidida por la calle de Aribau. Cogimos la moto y fuimos a Gràcia a buscar a mi abuela. 92 años de ilusiones, vivencias y sueños. Fuimos caminando hasta el CEIP Pau Casals, donde había cola de abuelos. Aguantamos bastante rato hasta que mi primo nos avisó que en el colegio Antoni Brusi del Bogatell la gente mayor tenía preferencia, y allí fuimos.
Todos los que estaban dentro, que llevaban horas esperando su turno, empezaron a aplaudir y a vitorear a mi abuela que los miraba sorprendida y me repetía: ¿pero por qué nos colamos? Yo quiero hacer cola como todo el mundo, yo quiero votar igual que todos.
Mi pareja y mi primo todavía tenían que votar, así que volvimos a Gràcia, a la escuela Univers de Bailén. Fue muy rápido. Y ahora que todos habíamos votado nos quedamos allí, cantando, gritando y siguiendo toda las noticias que llegaban. Indignación. Vacío. Tristeza. Y en lo más profundo, alegría por haber tenido la oportunidad de vivir un momento histórico. Esperemos que no haya sido en vano.
Begoña García Carteron. Escola Cervantes
Éramos muchos, muchísimos, más de un centenar, quienes nos concentrábamos en las puertas de la escuela desde las cinco de la mañana. Se escuchó el ruido de un motor y vimos de lejos un coche que venía marcha atrás a toda velocidad hacia nosotros. Alguien pensó que era un kamikaze. El coche se paró a pocos metros de la puerta y de él bajaron cuatro encapuchados con un paquete enorme en sus manos, envuelto en una bolsa de basura. Entraron en el colegio a la velocidad de la luz, volvieron a salir con las manos vacías y se fueron por donde habían venido. Como un atraco a la inversa. Pero no era unos ladrones, ni mucho menos, sino los demócratas que trajeron las urnas para facilitar que todos los que estábamos allí votáramos.
Andreu Gomila. Escola Univers
Eran las 11.15 h cuando mis hijos y yo hemos llegado a nuestro colegio electoral. Había muchísima gente: ¿2.000, 3.000 personas? Los padres con niños y la gente mayor tenían preferencia, y nadie ha protestado porque nos saltábamos la cola. La noche anterior habíamos vivido un momento especial cuando Mishima, uno de nuestros grupos favoritos de la ciudad, vino a tocar al colegio para ayudar a mantenerlo abierta toda la noche. Fue precioso. La policía española no se ha acercado a nuestro barrio, a Gràcia. Calles estrechas, un gentío delante de los colegios electorales, mal panorama se les presentaba. Emergencias decía que había más de 800 heridos en todo el país. Hemos tenido mucha suerte.
Josep Lambies. Escola Mireia
A las 9.30 h llego al colegio electoral y nos encontramos un tropel que huye del asedio de la escuela Ramon Llull. Nos explican que se han colocado delante de los furgones de la Policía Nacional para barrarles el paso e impedir que vayan a cargar a otro lado. Muchos de ellos han pasado allí la noche. Todavía no sabemos que a no mucho más de 200 metros de donde estamos nosotros, la policía empuja a la gente escaleras abajo, tirándole del pelo, dándoles patadas, con una brutalidad deplorable. Pero sí que hemos visto el vídeo de las carreras de la esquina del Jaume Balmes, el instituto donde estudiamos. Los furgones no llegan. No nos pasa nada, salvo las horas de espera, los inhibidores que hacen que el sistema caiga cada tres personas. Vemos el vídeo de un chico que lleva el sobre a la mesa con una bandera de España atada a la cintura. La gente lo anima, las urnas están allí para él tanto como para cualquier otro. Los hechos del 1 de octubre ya no van solo de votar sí, no o en blanco. Hay 844 heridos civiles, desarmados, vulnerables. Hay un chico que ha perdido un ojo. No hay ideología que pueda justificar todo esto.
Ricard Martín. Escola El Bogatell
Por ir con un niño –o con un escudo humano infantil, como considera la caverna española– nos dejaron pasar primero y votamos en cuestión de tres minutos. Mucha tensión y ganas de hacer nuestra labor: en una escuela llena de niños y gente mayor, se masticaba el convencimiento que los Nacionales podrían entrar en cualquier momento a jugar a fútbol con nuestras cabezas. Mientras estoy en la escuela de delante de casa para ayudar en la recogida de votos, me entero que un hombre había asesinado a su mujer y a su hijo en una calle de Barcelona: 10.000 Nacionales reprimiendo a gente pacífica, rompiendo dedos, y una mujer muriendo por violencia machista.
Anna Mateu Mur. Escola Municipal de Música Joan Manuel Serrat
A las cinco de la tarde, las calles se ven vacías. El tráfico cortado y un grupo numeroso de personas concentradas delante de la escuela con pancartas de 'Resistiremos hasta el recuento'. A media tarde, se puede votar en un minuto. Muchos voluntarios organizan entradas y salidas, y hay muchas mesas en las que votar, eso sí, sin sistema informático: apuntan mi DNI a bolígrafo en un papel. Muy cerca, en el colegio donde ha votado la alcaldesa Ada Colau, se vive el mismo ambiente de resistencia pasiva.
Carme Mingo. Escola Cervantes
Han sido tres horas de cola en un ambiente pacífico, de hermanamiento, en familia, con cantos y gritos de 'votaremos!'. Gente a la que conocemos de siempre, nuestros abuelos, bolsas de patatas compartidas arriba y abajo, voluntarios ofreciendo sillas para descansar y turistas que te preguntan por el Procés. Los voluntarios nos piden que deshagamos la cola porque llegan los nacionales, que nos apiñemos para defender las urnas y cortemos las calles. Hay momentos de pánico porque entre la multitud hay gente mayor y niños.
Clara Narvión. Institut de Sant Just
El despertador suena a las 4.45 h. Cuando llego, aún de noche, ya hay un centenar de personas. Aguantamos horas y horas, con cafés y bocadillos, ilusionados, hablando de democracia, libertad y futuro. Lo que más me alucina es lo transversal de la protesta: hay abuelos, jóvenes punkies, familias, pijos y muchos amigos, todos juntos resistiendo pacíficamente por la democracia. De noche, hago balance de la jornada: las fotografías de violencia sin medida, generalizada e indiscriminada me ponen enferma. Deseo que los responsables paguen y que la historia juzgue a los culpables. Lo que tengo claro es que el poder es del pueblo y que las calles siempre serán nuestras.
Marta Salicrú. Casal de barri Congrés- Indians
A las 8 de la mañana veo por la tele las primeras cargas policiales contra gente pacífica en las puertas de los colegios electorales. Había gritado 'No tinc por' en las manifestaciones después del atentado de la Rambla, y lo había dicho de corazón. En cambio, el miedo que no habían logrado meterme en el cuerpo los terroristas, ahora me lo producía ir a votar. La Policía Nacional estaba disparando pelotas de goma y yo llevaba a nuestro bebé en la mochila: ¿acaso lo estaba poniendo en riesgo por ir a votar? Pero, por otro lado, ¿no era justo eso lo que quería el gobierno español al enviar a la policía, que nos quedáramos en casa y no votáramos por miedo? No puedo aguantar las lágrimas con las imágenes del terror policial. La mujer mayor ensangrentada. La madre y la hija que lloran y se abrazan y luego son separadas a la fuerza por antidisturbios que se las llevan a rastras. El relato de la chica a la que los agentes rompen los dedos de la mano, uno por uno, con la ropa levantada mientras la magrean y se ríen. El vocabulario propio de la violencia heteropatriarcal («Yo no quería, tú me obligaste») del delegado del gobierno del Estado para justificar las agresiones a las víctimas.
Eugènia Sendra. Escola Octavio Paz
Fuimos testigos de cargas policiales a primera hora de la mañana. Desde la organización nos pedían colaboración para impedir la entrada de la Policía Nacional, y niños y ancianos se quedaron al margen, tal y como se advertía. Yo levanté las manos para dejarme estirar por un policía; otros vecinos forcejearon más, pero evitaban enfrentarse demasiado. La violencia fue intensa. Al salir del caos y contemplar la escena desde fuera, lloré de rabia, de impotencia, de asco y de pena, mientras la policía destrozaba la puerta del centro para acceder al interior. Eran unos cuarenta y los vecinos acabaron increpándolos, a pesar de las consignas de no provocar a los cuerpos de seguridad... A las 20 h, las caras eran de agotamiento (de los que habían llegado a las 5 de la madrugada, a las 11 o a las 17 h), pero también gestos de satisfacción, miradas cómplices, palabras de agradecimiento y abrazos. Más allà de la respuesta a la pregunta que emitió el gobierno catalán, y a pesar de todos los obstáculos, el grito final recordaba que el 1 de octubre conseguimos votar.