En el Old Fashioned, no vas a ver, vas a beber. El local es pequeño, está decorado con gusto y resulta acogedor, pero donde se cuece la teca de verdad es en la barra. Luca y Bruno -italiano y portugués respectivamente-visten con chaleco y corbata, impecables, tienen experiencia internacional y son unos estetas del cóctel sin miedo de experimentar, dos de los mejores barmans que me he encontrado en esta santa ciudad.
Me ponen un Martini Tiramisú, un capricho extravagante, sorprendentemente agradable en la boca. Es como beber el pastel italiano en formato líquido. Luca me cuenta que el Bloody Mary arrastra masas, y que hay gente que se presenta en el local al mediodía para beber uno. Me pone uno sobre la barra como si fuera una aparición mariana y pruebo un Bloody Mary tuneado que merece figurar entre los más grandes de Barcelona -acompañado por unas perlas de limón y pimienta que se han de paladear después de la copa-. Impresionante.
También me preparan un Old Fashioned 2.0, Fashionista le dicen ellos, una delicatessen de bourbon con bola gigante de hielo y una mezcla especial marca de la casa, con frutos secos tostados in situ con un soplete. Luca no tiene suficiente, me quiere liquidar y me prepara un Bowery, con Jägermeister, tequila, canela y una infusión de Chartreuse y romero, flameada ante mis narices. Lo pruebo, levito unos segundos y me doy cuenta que he descubierto una barra donde se acabarán hartando de mi cara. Como diría Terminator: volveré.
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