Después de tantos años de ayuntamientos liberales y de derechas -sí, vale la pena recordar que la ley del civismo, orquestada a medias con La Vanguardia del conde de Godó, la firmó el PSC -parece que Barcelona empieza a quitarse el sueño de las orejas y a reivindicar su pasado como Rosa de Fuego: la ciudad ya no quiere ser la tienda más grande del mundo, los barceloneses nos negamos a seguir cediendo nuestro sitio a las mafias turísticas e inmobiliarias y luchamos para mantener nuestros espacios autogestionados y fuera de la órbita del capitalismo salvaje. Los movimientos vecinales, las PAH, los centros sociales y los ateneos constituyen núcleos de resistencia que día a día construyen una realidad más humana, colaborativa y justa.
Ilusiona ver que, desde el sector de la restauración -a menudo rendido a los pies del dios dinero- se reivindica esta Barcelona combativa e idealista. La Llibertària, en el corazón de la ciudad, en la calle Tallers -dónde antes había una tienda de discos tras otra-, es un local que rinde homenaje a las luchas obreras de principios del siglo XX: en las paredes encontraremos una extensa muestra de fotografías y carteles de la época, seleccionados por el propietario, Sergio Gil, licenciado en Antropología e Historia.
Al pie de la escalera que sube al acogedor piso de arriba-con un piano que había estado en El Molino y ¡una gramola de los años 30! - Nos saluda la estatua de Pepito, un jovencito vendedor de Solidaridad Obrera, el diario sindicalista de antes de la guerra.
En La Llibertària -local que mejora, y mucho, el antiguo Bar Groucho-, podemos beber su excelente cerveza 100% malta, picar unas croquetas de jamón, tomar un café o un aperitivo, tomar un gin-tonic muy bien preparado... Estamos ante una propuesta reivindicativa y diferente que combina memoria histórica con buen ambiente.