El Filmax es un bar de la calle Robadors donde la única película que parece que pasen es una de polis. Los pakistaneses miran el partido de fútbol desde el fragmento de calle del Bar Coyote. Un hombre remueve la basura en la esquina de San Rafael, y bajo la luz malévola del floreciente, una mujer sentada en un sofá piojoso, encajonado en la entrada del bar L'Amistat, mira aburrida la calle como si fuera ruido de lluvia, el estruendo que hará el borracho cuando caiga detrás. No hay en este trozo de calle la alegría inocente de Irma la douce de Billy Wilder. Las putas no dejan en Robadors que sus perros se mojen de champán francés. En este trozo de mundo agujereado de orina, las historias se acercan más al Billy Wilder del Crepúsculo de los dioses. El amor, si lo hay, lo pinta Fassbinder y Stanley Kubrick suelta la mala leche. Con su rótulo desdentado de colores, el Filmax tiene su propio metraje. En la puerta, pegadas al vidrio, cuelgan fotos en blanco y negro de Liz Taylor, Antonio Banderas y Cameron Díaz. Sentados en la barra, hay hombres que persiguen la elegancia con sombreros de ala corta de sus nietos adolescentes y árabes solitarios con los ojos enturbiados por la oscuridad de bombillas de colores del Filmax. En una esquina, madres e hijas celebran con el movimiento de colas de caballo el cumpleaños de su vecina. Grita la chica en medio del bar, con dos décimos de lotería en las manos que regalará un piso con el premio, al hombre que esta noche la ame. Entre fotos recortadas de bellezas de Bollywood, Montgomery Clift y Rita Hayworth reinan con su superioridad de seres magníficos y dejan a los humanos de la calle Robadors en su baile de malditos y corazones solitarios.
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