Somos de los que creen que si en Francia el barómetro de calidad de un restaurante es la tortilla francesa, el de aquí debería ser la ensaladilla. La de La Cholita no es la mejor de la ciudad y, probablemente, tampoco del barrio. Promete, pero no tiramos cohetes; está hervida de más, es plana y le falta empuje. Continuamos con las palomitas de pollo con mayonesa de wasabi y miel. Aquí es cuando se demuestra lo que no siempre es bueno dejarse llevar por las primeras impresiones. Este platillo nos hace olvidar la decepción del primer y consigue que recuperamos la fe inmediatamente.
Son muy crujientes, suculentas, curiosas e incluso diríamos que divertidas. Es el turno de los mejillones con romero y jengibre; Mediterráneo y Asia al vapor. Ahora es cuando el nombre de este bar esquinero y su breve carta se encuentran. En Bolivia, una chola es una mujer mestiza y la oferta de aquí también de mezclas; tacos de pollo y cebiche de corvina junto a clásicos autóctonos como las bravas y los calamares a la andaluza. De postre, compota de manzana con espuma de arroz con leche; un final feliz. El local, más propio de San Antonio que de San Andreu, es minúsculo y tiene pocas mesas tanto dentro como en la terraza. Los fines de semana hay que reservar sí o sí.