La Chipsería es un lugar intemporal. Quiero decir, que el valor nutricional principal del local son las chips, y las chips están por encima de las modas. Para desesperación de los dietistas, gustan a todo el mundo. Aquí se comen chips de patata, de boniato, de yuca, que se pueden acompañar con unas salsas de corazón de oliva, de sa menorquina, de bacio 'di gorgonzola', de 'chipotle padrísimo', de chocolate y sal, de 'curry sunrise'. A mí me gusta, especialmente, mezclar la salsa 'sa menorquina' con las chips de yuca, un placer para los amantes de la sobrasada. El mundo de las salsas es inmenso, y La Chipsería tiene ante ella un horizonte infinito de sabores y texturas. Por ejemplo, en el campo de las verduras y las frutas como base de la oferta. Para una 'chipsería' del siglo XXI, la globalización ofrece fronteras gustativas muy interesantes.
Con todo el poder que ha tenido la patata en la historia de la civilización, La Chispería nos permite volver en aquel mundo de los aperitivos dominicales familiares. El abuelo pide un Martini con sifón, la abuela un vino blanco del Maresme, la madre una copa de cava, el padre una cerveza muy fría, los niños arrasan con los berberechos. Si magníficas son las banderillas (anchoa del Cantábrico forever), las cervezas de La Chipsería, tan artesanas como la gerundense Moska Rubia, invitan a ir a este local de la zona alta de Barcelona con el hambre de un niño. Ah, y el producto es de buena calidad. Todo artesanal.