Esta restaurante-coctelería es el producto de la unión de Tato Giovannoni (Florería Atlántica de Buenos Aires) y Diego Cabrera (Salmon Guru, en Madrid), dos de los bartenders argentinos más relevantes del mundo. El resultado son maravillas de aspecto austero y sabores nuevos, dedicados a los países que enviaron inmigrantes a Argentina: como Grecia, una redefinición del Dry Martini a base de macerar metaxa y tsipouro con hojas de parra y alcaparra. Cómo beberse el Mediterráneo de un trago y que te suba a la cabeza. Aquí están mucho más concentrados en trabajar los sabores de los licores –que infusionan con virtuosidad– y sus combinaciones, que en hacer adornos llenos de gadgets.
Arriba, La sobriedad de Brasero –cemento, ladrillo, madera– se corresponde con una cocina de brasa y parrilla argentina, pero europeizada y con personalidad. Por ejemplo, unos sabrosos entrantes de embutidos gourmet –butifarra blanca, negra y paté de foie, que casan de maravilla con vegetales encurtidos– y unas ancas de rana a la Provenzal suaves y delicadas, que ganan por tres saltos a la fritura que se come en el Delta. Hay que probar las mollejas a la brasa: en una dimensión de sabor, crujiente/grasa y cocción como nunca las había comido en Barcelona.