Enric Granados, nacido en Lleida en 1867, llevó la composición lírica para piano un paso más allá con sus suites de danzas, valses y Goyescas. Murió en 1916, cuando el ferry que le llevaba de un lado a otro del canal de la Mancha fue torpedeado por un submarino alemán, su mujer se ahogaba y él se lanzó al mar para salvarla.
Desde hace más de cien años, el ilustre compositor catalán da nombre a una calle del Eixample, con aceras anchas, profusamente arbolado y señorial. No tiene el pedigrí de la Rambla de Cataluña, pero la tranquilidad que le otorga el tráfico reducido y el carril bici hacen que pasear sea un gusto. Hay hoteles y galerías de arte, vinaterías y una floristería magnífica especializada en rosas, Au nom de la rose. En una de sus generosas esquinas hay una amplia terraza de nueve tablas, que es la salida de un pequeño local muy pizpireto: el Colmado-sí, antes había sido una tienda de comestibles-. Es estrecho y alargado, con una señora barra de madera y botellas de vinos y licores de calidad. Es bonito y acogedor.
Las tapas -gambas, chistorra, derrame, callos y tripa- están a la vista y parece que digan "comedme, comedme", de la buena pinta que tienen. Muchas van acompañadas por unas tostaditas cuadradas minúsculas que no sirven para untar, en vez del pan que nos haría mucho más felices. Tienen buenas conservas italianas -alcachofas, ajos marinados, setas y pimientos rellenos- y un menú de mediodía. Te encuentras a gente guapa de la ciudad -ellos, americana informal y buenos zapatos; ellas, vestidos escotados: todos con gafas de sol- haciendo negocios o una pausa laboral.