En los terrenos de la antigua -1674- masía de Can Baró -hoy escuela-, se cultivó trigo durante muchos años: un mar de espigas cubría la ladera sur del Carmel. A partir de 1919, el propietario se fue vendiendo el terreno y se empezó a urbanizar el barrio con 60 torres promovidas por la Cooperativa de Periodistas. Más o menos, en la misma época se abrieron las dos cicatrices que surcan Can Baró: las dos canteras que producían cal y piedra que el movimiento vecinal consiguió detener en 1967.
Justo al lado, hasta los 80, estuvo el núcleo duro de las barracas de Francisco Alegre y también fruto de una importante lucha social se derribaron para dar una mejor calidad de vida a sus habitantes. En la cima del Turó de la Rovira, las remodeladas baterías antiaéreas completan el cuadro del barrio. En el centro de Can Baró hay una plaza elíptica con un poco de pendiente. Tiene dos niveles, un poco como una cinta de Moebius, y en una esquina está la Bodega Montferry. Otra Montferry os preguntaréis. Sí, las hay en Sants, en la Barceloneta, en Navas y había casi en cada barrio de la ciudad: era una franquicia que se sacó de la manga Pere Virgili, de Montferri del Alt Camp, para dar trabajo a gente de su pueblo y distribuir la producción de vino de su zona.
A inicios de 2024 se hizo cargo la pareja formada por Laura De Muller y Fabio Lapignola. Ella con apellido de vermut de Reus, él un cocinero napolitano con la mano rota a la hora de hacer guisos catalanes, decidieron perpetuar la vida del negocio "por su encanto bestial" y porque fue fundamental que "fuera un lugar simbólico, con rasgos identitarios del barrio", explican. Se come y bebe muy bien y bien de precio: capipota con garbanzos, calamares guisados con judía pinta y huevo frito, croquetas excelentes, butifarra tinta al vino blanco... Un festival de carta y cuchara, ideal para compartir en alegre compañía.