Los propietarios de Piel de Gallina, un grupo de chefs-empresarios que de cocina saben un motón, han reconvertido el local de pollo frito de la calle Carders en su idea de lo que debería ser un bar de tapas de toda la vida. Martín Pimentel está detrás de un bar de estética tirando a castiza y donde han querido conseguir "un proyecto emocional, donde el cliente conecte mucho con el servicio y la comida". Quizás a alguien le pueda parecer poco auténtico montar facsímiles de bar cañí en el siglo XXI, pero lo cierto es que en al barri de Born-La Ribera le conviene un restaurante que se escape de los tópicos turísticos y la repetición a través de la cocina de sofrito.
Aquí encontrarás platos que remiten a la cuchara y a la cocina de la abuela con algún inevitable, claro (como las croquetas de gamba, muy buenas y potenciadas con la guinda de una salsa de su cabeza). Pero donde se lucen es en la actualización de platos de bareto de toda la vida y de cocina catalana: es delicioso el típico calmar a la plancha, bien tierno y con ajo y perejil (con un toque de marcha picante a base de kimchi y 'ají' amarillo). Y también puntúa muy alto su versión del trinchado de la Cerdanya, con espigalls –¡una especie de col china del Garraf!– con torreznos infiltrados. Por no hablar de unas judías con butifarra rasgada y piquillos. En este espacio de fusión de tradiciones ibéricas se mueven como el pescado en el agua (¡y no olvides el 'cheesecake' de miel y requesón con nuez rallada por encima!).