Cincuenta años de vida haciendo lo mismo. El Mandri reina en la zona alta con una fórmula invariable que aún hoy tiene muchos adeptos. Una fórmula que combina tapas caseras con solera, cañas muy bien tiradas y un servicio atento, educado, respetuoso. A la antigua. Y les funciona muy bien.
La familia Pujado Massana abrió este bar en 1966, con unas credenciales que aún hoy atraen a muchos 'mandristas': unas bravas de la vieja escuela que muchos sibaritas reivindican por encima de las del Tomás y un pollito rebozado que sólo saben hacer ellos.
Las alcachofas fritas son también una carta ganadora, pero las patatas se llevan todos los aplausos. Aceitosas, cerdas, bien cocidas y ablandadas con un alioli señorial, estas bravas se hacen exclusivamente así en este bar, y me consta que mucha gente peregrina hasta las cimas del pijerío sólo para comérselas.
El 5 de noviembre de 2016 el local celebró 50 años de servicio. Y parece que su luz nunca se apagará, como decía Morrissey. De hecho, con el buen tiempo, la terraza se convierte en uno de los palcos más privilegiados para observar las cumbres y la fauna de la Barcelona burguesa. El Mandri no falla. Volveréis a los abismos que hay debajo de la Diagonal con la curiosidad satisfecha y el colesterol renovado.
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