Se llama Laura Rafecas Salat, es de Vilafranca y lo tiene claro: su bar será un punto de encuentro para la gente del barrio que funcione según los principios de la economía social. De aquellos en los que los platos, las bebidas y la atención se toman su tiempo en llegar, pero que cuando lo hacen te sientes como en casa. De los que no van a toda prisa y te llevan los postres antes de tiempo para encajar a otro cliente.
El Copérnic, en la izquierda del Eixample, es una iniciativa que da gusto conocer en un barrio donde el asociacionismo no es como el de Ciutat Vella y los vecinos son cada vez más desconocidos. Laura propone una carta de comida típica catalana: albóndigas y callos por cuatro euros, bravas por tres y chipirones rellenos por cinco. Que pueden ir acompañados de una copa de cerveza, vino o vermut que no superará los dos. Todo esto hecho con productos de proximidad, de ideario sostenible y ecológico; el vino de Covides del Penedès, la cerveza artesana del Montseny y las verduras de la Huerta de Òrrius.
Este local, que hace chaflán con Entença, de vidriera infinita y blanco diáfano, es de parada obligatoria. Quédate a cenar, a tomar una copa antes de ir a dormir, queda con un amigo o relee las páginas de tu libro favorito mientras envuelve un espacio con espíritu crítico y voluntad de cambio.