Coincidiendo con las conmemoraciones de su trigésimo aniversario, la galería Mayoral acoge un inédito y fascinante diálogo entre las obras de Fernando Zóbel y de Eduardo Chillida. Alfonso de la Torre comisaría este juego de espejos de alta carga poética en el que se exponen trece óleos del pintor hispano-filipino y una decena de esculturas del artista vasco. Unos caminos cruzados que enseguida se intuyen, que se hacen patentes y se encuentran en algunas piezas, como en 'Gestos' y 'Hierros de temblor III' o en 'Cuadrícula' y 'Lurra M-20'. Telas al óleo que se reflejan en el plano vertical, detrás los volúmenes que emergen en terracota, bronce y acero.
A mediados de los 50, tras descubrir la obra de Rothko, Zóbel reduce a lo esencial sus composiciones, tanto en lo referente a la temática como en el uso del color. En este tránsito hacia la abstracción, la luz será uno de los temas importantes, al igual que lo es para Chillida, que lo evoca entre la fuerza de la materia y la sugerencia de grietas y huecos.
Los dos artistas nacen en 1924 pero, a pesar de transitar por sendas estéticas afines, no se conocen hasta el 1964, cuando Zóbel, como impulsor del Museo de Arte Abstracto Español de Cuenca, propone incorporar a la colección la obra 'Abesti Gogora IV (Canto rudo IV)' del maestro vasco. "Fue un momento de admiración mutua -escribe De la Torre-, el sentimiento de haberse conocido desde siempre". Un respeto que se pone ahora de manifiesto y que se explicita en la correspondencia que mantuvieron a lo largo de los años.