Reseña

Stephan Balkenhol

4 de 5 estrellas
  • Arte
  • Crítica de Time Out
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Time Out dice

El galerista Carlos Duran, de Senda, nunca se había encontrado con esta circunstancia. Balkenhol piensa sus exposiciones en relación con el espacio que deben ocupar. Y no dice nada hasta el momento del montaje. En este caso, cuatro horas antes de la inauguración, cuando un camión procedente de Meisenthal (Francia) llegó a la calle Trafalgar. Unos operarios descargaron las esculturas, las desenvolvieron y montaron las peanas. Aún les sobró una hora...
Stephan Balkenhol (Fritzlar, Alemania, 1957) iba, de pequeño, a una iglesia católica. Si hubiera pertenecido a una familia protestante -iconoclastas– o atea, no se habría podido encaprichar de las esculturas de santos, arte de raíz popular en madera policroma. Balkenhol se preguntaba si representaban los santos o las circunstancias de sus escultores. Se formó en plena apoteosis del conceptual y del minimalismo. Trabajó como asistente de Ulrich Rükriem (si queréis un ejemplo, fijaos en sus monolitos del Pla de Palau barcelonés). Allí decidió hacerse escultor figurativo.
Para decirlo en pocas palabras, Balkenhol talla madera blanda de álamo, normalmente un único bloque para cada escultura. Trabaja solo, sin asistentes. Con un cincel. Las imperfecciones son visibles: grietas, nudos de la madera, marcas de la herramienta... Pinta ropajes y cabellos, y deja en crudo el espacio de la piel. Sus personajes visten de forma anodina, el rostro siempre inexpresivo. Pero como todo lugar común, esconden un misterio, entablan complicidades con el espectador.
Balkenhol conecta el minimalismo con la artesanía eludiendo aquel barniz romántico que tanto daño ha hecho al arte. Sí, en la entrada encontramos un bajo relieve de una mujer con flores en la cabeza, y en título leemos: 'Lady with flowers on head'. La única pieza que lleva un título difícil de adivinar es San Miguel, un hombre con pantalón negro y camisa blanca que clava una lanza a un pequeño dragón que bien podría ser un cocodrilo. En diálogo con la superficie metálica de la galería, Balkenhol ha colgado en la pared un friso subacuático que recuerda aquellas animaciones que servían para no quemar la pantalla del ordenador. Y dos semiesferas doradas con nudos incrustados a modo de saltamontes inútiles que aluden a los bombones Mirabell vieneses. Si ya lo decía Dalí, nada tan sugerente como el rostro impávido de Buster Keaton.

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