El cerebro de Stanley Kubrick era una máquina perfeccionista, neurótica. Se expresaba con la voz calmada de Hal 9000 pero por detrás tenía los ojos de Jack Nicholson con un hacha. Le obsesionaba el blanco de la nave que se arrastraba a través de los planetas como un gusano cósmico en '2001. Una odisea del espacio', de las figuras lechosas del Korova Milk Bar y los Cristos danzantes de la habitación de Alex DeLarge. Le obsesionaba el rojo de la moqueta del hotel Overlook y de la piruleta que lamía Lolita. Le obsesionaba el huracán de billetes como mariposas furiosas en el aeropuerto de 'Atraco perfecto'.
La exposición del CCCB es alucinante, un camino de entrada a la mente del genio, laberíntica como la orgía de máscaras de 'Eyes wide shut', como las trincheras sinuosas donde los soldados de 'Senderos de gloria' hundían las botas en el barro hasta las rodillas, orando y arrastrándose por no ser ejecutados. Desde sus inicios como fotógrafo en la revista 'Look' o como documentalista de la vida del boxeador Walter Cartier hasta todos los proyectos que dejó inacabados, se extiende un recorrido electrizante, a ratos infernal, a ratos satírico, a ratos puro artefacto pop.
No faltan los 'storyboards' que Saul Bass dibujó para las escenas de batalla de 'Espartaco', ni las fotografías que Weegee hizo de Peter Sellers cuando se preparaba para el multipersonaje de 'Dr. Strangelove '. Está el vestuario de 'Barry Lyndon' y de las terroríficas gemelas de 'El resplandor', maquetas de vehículos espaciales y una vitrina con las ópticas que utilizó en cada rodaje, con una explicación precisa, milimétrica, sobre el movimiento de cámara y la luz. Podría seguir glosando horas y horas, pero sólo lo entenderéis si vais a verla.
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