Debo confesar, de entrada, que la obra de Patricia Dauder me gusta tanto como se me escapa su significado. Yo soy el asno y ella -la obra- es la zanahoria. Sugerente pero más escurridiza que no inalcanzable.
Más que formas ausentes, lo que veo en esta individual en la galería ProjecteSD son imágenes que se desvanecen, un tanto a la manera del gato cuántico. Las superficies que lame el ojo del espectador parecen palimpsestos en blanco, se ha borrado la escritura pero no se ha escrito nada más encima. Y el ojo parpadea viendo y no viendo a la vez. Y todo ello produce un efecto como el que sufrimos ante un recinto arqueológico musealizado, o la reconstrucción antropológica de una cultura de la que no sabemos en absoluto, o de la Santa Síndone de Turín, cuando se enseña, que no se ve nada pero todo el mundo conserva la imagen de los rayos X con todo lujo de detalles sobre el cuerpo de Cristo...
Tuve la fortuna de aprovechar una visita guiada de la artista a un grupo de gente que entendía el inglés. Y pude captar alguna cosilla más, luz insuficiente pero siempre interesante.
Supe del interés de la Dauder por las culturas aborígenes del sur del Pacífico, por la simbología seminal que explica el origen del mundo mediante semillas, y de la semejanza de estas semillas con los cocos... Unos cocos que, anamorfositzats y apilados recomponen un planisferio. La más refinada cultura occidental -y la composición del mundo lo es- unida umbilicalmente al otro, el "primitivo". Patricia Dauder recortó un trozo de la moqueta de su taller para crear un planisferio seminal, plantando la semilla de la duda en el espectador. Un espectador que debe decidir si, como si fuera el gallego de la escala, la imagen llega o se va.
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