Reseña

Moisès Villèlia: L'equilibri de les formes

3 de 5 estrellas
  • Arte
  • Crítica de Time Out
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Time Out dice

Con la obra de Moisés Villèlia me pasa algo muy extraño. Si me encuentro ante una de sus esculturas -pero sólo ante una, no de dos- disfruto cada uno de sus detalles: precarios, casi imposibles equilibrios, insólitos maridajes de materiales, y unos referentes que hunden sus raíces en un constructivismo biomórfico o, si lo prefiere, en un surrealismo concreto. Pero si me encuentro ante un acopio de obras como el de esta exposición, es como si unas piezas anularan las otras, como si los árboles villelianos no me dejaran ver el bosque. Y lo que era fruición por los detalles, se convierte en atasco de variables.
Villèlia se formó en un taller de ebanistería. No era ajeno a las influencias de Henry Moore, Torres García y Naum Gabo -le bautizar a su hijo como el profeta Nahum-. Cultivó la poesía, se ganó la vida como diseñador industrial, diseñó jardines y, claro, fue un prolífico escultor.
Sus obras son como frágiles dibujos en el aire, piezas acopladas, que no pegadas, de caña, alambre, algún ramita ya veces un poco de pintura roja o negra. También flotan influencias amerindias con forma de atrapasueños o motivos de la cultura Quitu-Cara, fruto de una estancia en el Ecuador. La mayoría de esculturas que hay en casa de Joan Gaspar pertenecen al período desde 1978 hasta 1986. Villèlia había abandonado la figuración en 1954, y realizó la primera pieza con caña en 1957.
Su obra ensaya caminos más allá de la tradición escultórica occidental, mediante el uso de materiales sencillos -pero flexibles y resistentes como el bambú- y el frágil equilibrio de unas composiciones que, a pesar de colgar de un hilo, no tienen nada ver con la obra de Calder.

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