Hemos visto el póster del 'Desnudo azul' de Matisse en las paredes de cafeterías, habitaciones y salas de espera. Por la ciudad, 'Dona i ocell' nos hace de brújula: si la escultura se asoma entre los edificios, sabemos que nos acercamos a la frontera entre Hostafrancs y el Eixample. Miró y Matisse trascendieron su contexto y se convirtieron en iconos del arte. Por eso, a veces, las imágenes les hacen sombra.
La Fundació Joan Miró estrena una exposición que lleva el nombre de “MiróMatisse. Más allá de las imágenes’ porque precisamente quiere cuestionar los clichés sobre estos dos creadores. La muestra expone las relaciones profundas y constructivas entre Miró y Matisse, que quedaron plasmadas en sus concepciones del arte y sus obras. Partiendo de una base biográfica (podremos saber cómo se descubrieron, quién les puso en contacto y qué opinaban sobre las obras del otro) la exposición agrupa bajo el mismo techo obras de arte a estos dos artistas aparentemente opuestos.
Las diferencias son innegables: pertenecen a dos generaciones distintas, se les asocia a diferentes estilos artísticos (el fauvismo en el caso de Matisse y el surrealismo en el de Miró) y, sobre todo, se les atribuyen distintas concepciones estéticas. Si bien Matisse defendía un arte que velara por “la armonía decorativa”, que debía confortar y acompañar al espectador, Miró proclamó el asesinato de la pintura. Sin embargo, en las salas de la Miró se hace evidente que los dos artistas basaron su creación en una crítica profunda de la tradición de las imágenes en Occidente. Por ese motivo, Miró y Matisse se reconocieron y admiraron, más allá de las imágenes.
Por eso, Miró y Matisse se reconocieron y admiraron, más allá de las imágenes. Ahora bien, "nunca llegaron a imitarse", explica Rémi Labrusse, comisario de la muestra. La exposición nos muestra preocupaciones comunes e intereses compartidos, como la inspiración que los dos recibieron por el paisaje mediterráneo y la costa catalana (Colliure como cuna del fauvismo en Matisse, y las playas de cerca de Mont-Roig del Camp en Miró) o la fascinación por el valor intrínseco de los objetos cotidianos, que ambos plasmaron en sus naturalezas muertas.
Por otra parte, la muestra nos permite profundizar en la admiración para demostrar que "Matisse aprendió de Miró tanto como Miró aprendió de Matisse". Primero fue un joven Miró que escribió sobre el espíritu y la fuerza fauvista de Matisse en sus cuadernos. Pero hacia los años 30, cuando Matisse era un reconocido y consolidado artista, sufrió una crisis creativa. Encontró en Joan Miró, que en ese momento empezaba a despuntar, un interés que le ayudó a encontrar motivos para continuar creando después de la Primera Guerra Mundial.
¿Y quién los puso en contacto? Pues aquí entra en juego la figura de Pierre Matisse, marchante de arte e hijo del artista, que se dedicó a promocionar la obra de Miró en Estados Unidos. Gracias a esta figura, los dos creadores se conocieron, se cartearon y se enviaron obras. Tenemos constancia de que Matisse observó de cerca la obra de Miró: incluso le pidió a su hijo que le enviara dos para tenerlas en su casa.
La muestra termina con una 'Sala de espera': un espacio de mediación a cargo de las artistas Claudia del Barrio y Anna Irina Russell que parte de la pregunta: "¿qué hacían Miró y Matisse cuando no estaban creando?". La sala, con almohadas en forma de las formas orgánicas de Matisse, invita al visitante a valorar otros momentos del proceso creativo como el descanso o la contemplación con una pantalla interactiva que simula la sala de espera de un videojuego.