Dicen que la ciudad es la quinta protagonista de 'Sexo en Nueva York'. En los capítulos de la serie, un aura neoyorquina rodea todo lo que hacen Carrie, Miranda, Charlotte y Samantha e impregna sus conversaciones. Para explicar una amistad no es suficiente hablar de las personas, sino que hay que pasar por el microscopio el caldo de cultivo donde surgió el aprecio y el respeto mutuo. Y esto es lo que hace la exposición Miró-Picasso con la relación que mantuvieron estos dos grandes artistas.
La muestra es especial porque reúne más de 300 obras –algunas conocidísimas, como 'La Masia' de Miró y 'Las tres bailarinas' de Picasso– repartidas entre la Fundació Miró y el Museu Picasso. A pesar de sus diferencias, la exposición explica que ambos artistas compartían el amor por la poesía, la proximidad respecto a los círculos surrealistas y el interés por la cultura popular y la experimentación con artesanías como la cerámica. Es decir, amaban las mismas cosas.
Aunque Joan Miró vio a Picasso por primera vez en el Liceu en 1917, no interactuaron hasta 1921 en París, cuando un joven Miró visitó el estudio del malagueño con una ensaimada bajo el brazo. A diferencia de Carrie Bradshaw y compañía, la historia de ambos creadores no tiene una ciudad como único escenario. Picasso advirtió a Miró de que, para crecer como artista, era necesario estar en París, y ambos sintieron el gusto del éxito por primera vez en tierras francesas. Sin embargo, la exposición es en Barcelona, donde el Museu Picasso y la Fundació Miró nos recuerdan que los amigos tuvieron muy claro a qué ciudad tenían que confiar su legado.