La trayectoria creativa de Max Beckmann (Leipzig, 1884 - Nueva York, 1950) es consecuencia directa de su complejo periplo vital, marcado de manera trágica por el estallido de la Primera Guerra Mundial, y, posteriormente, por el ascenso del nazismo en Alemania y el exilio permanente. La obra de Beckmann no acaba de encajar en ninguna de las etiquetas que suelen servir para ordenar y clasificar los artistas del siglo pasado. Cierto es que sus primeros trabajos, a pesar de ser algo eclécticos, están cerca del expresionismo y, también, de la nueva objetividad, que pide compromiso social. Pero el artista se esforzó por no integrarse en ninguno de estos movimientos y decidió ir por libre, proponiendo una pintura personal, de corte realista y atendiendo la actualidad del momento que le tocó vivir, rellena, eso sí, de simbolismo y alegorías. Entre trazos gruesos y una paleta bastante generosa, aparecen de manera recurrente máscaras, disfraces, personajes circenses de todo tipo, así como escenas de sofisticación y naturalezas muertas que desbordan la composición para mostrar la experiencia de la expatriación, como en el caso del tríptico 'Carnaval' (1943) y 'Mascarada' (1948).
La exposición, que reúne 49 piezas –entre ellas principalmente pintura, una decena de litografías y dos esculturas de bronce–, se divide en dos partes. La primera, muy breve, dedicada a los inicios hasta la consagración definitiva, en 1913. De este periodo destaca 'Jugadores de rugby' (1929) y la dulce 'Quappi con suéter rosa' (1932-1934).
La segunda, más extensa, se adentra en el repudio y la huida del creador. En 1937 marca el punto de inflexión: se exponen algunas de sus obras en la muestra de Arte degenerado, organizada por el gobierno nazi, y el mismo día de la inauguración se macha a Amsterdam donde saltará, algunos años después, a los Estados Unidos. Su arte será cada vez más abrupto y enigmático, y Beckmann ya no volverá a pisar su país.
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