Dice el maestro Arnau Puig que el arte es provocador o no es; y yo no puedo estar más de acuerdo. Provocar en el sentido de motivar, incitar, interpelar al visitante. Distraerle de los quehaceres cotidianos y llevarlo al terreno de las ideas, ir más allá del 'aquí y ahora' ante un objeto expuesto en una galería y vigilado por cámaras de seguridad. Hacer hervir el cerebro, buscar las respuestas de todos los interrogantes que traemos de casa. En definitiva, ofrecer diversas perspectivas para obtener otros puntos de vista sobre lo que creemos o damos por cierto. Martí Anson es un maestro en esto. En sus propuestas, el objeto es lo de menos, pero está, no lo rehuye.
Quizás recordaréis el espectacular barco que en 2005 construyó, durante 55 días en el interior del Centro de Arte Santa Mónica, emulando el alocado Fitzcarraldo, que luego tuvo que destrozar porque era cinco centímetros más grande que la puerta. Lo que le interesa es la experiencia y el relato que queda de todo ello. En la galería Estrany-de la Mota lo ha vuelto a hacer. En 'Se vende plaza de parking', Anson ocupa el hall –un espacio arquitectónico muerto– transformándolo en un garaje.
El suelo y la pared pintados de gris y una franja grana son señales inequívocas del lugar. Una canasta de baloncesto al frente y una pelota, en el rincón. Cerca, una bicicleta de corredor apoyada en la pared. Un extintor con el rótulo correspondiente cuelga de la única columna. Al lado, una nevera de playa azul hace de mesa para las hojas de sala. En el centro, queda el hueco exacto para un coche. Alguien podrá decir que es una 'boutade' y que "bah, hay uno igual al lado de casa y nadie lo considera arte". Fantástico. El artista no se esconde y nos anima a todos: "Vuelve a hacer y hazlo tú mismo"
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