Dicen que este es el año que Jaume Plensa "vuelve a casa". El MACBA le dedica una retrospectiva 22 años después de su última exposición en un museo de Barcelona, y hace pocos días inauguraba 'Invisibles', en el Palacio de Cristal de Madrid. El artista de los rostros colosales, reconocido internacionalmente por su obra pública en todo el mundo, defiende que la escultura es la mejor manera de plantear preguntas. El arte ya es eso, un lugar lleno de interrogantes. 'Firenze II', un signo de interrogación de grandes dimensiones de aluminio y hierro, con la inscripción sueño en francés ('rêve'), marca el inicio del recorrido como un manifiesto. Hace de preludio una foto de su taller, con los utensilios y herramientas de trabajo, maquetas y apuntes preparatorios, que recubre la totalidad de los muros exteriores de la sala. Una vez dentro se suceden una veintena de piezas -quizás las menos conocidas, elaboradas a lo largo de 30 años-, que basculan por la abstracción con referencias a la literatura, la música y el arte, así como por la representación de la figura humana. En 'Islands III' cita sus referentes: de Goya a Broodthaers, pasando por Gaudí y Kahlo. En 'Prière', se reproduce de forma desordenada sobre unas bolas de hierro fundido el poema homónimo de Baudelaire.
La suya es una escultura de contrastes, de luces y sombras, a menudo con una sonoridad sutil: entre la ligereza de la cortina 'Glückauf?', que recoge la Declaración Universal de Derechos Humanos, y la rotundidad de la masa que forma 'Tervuren' . Si me lo permitís, una recomendación final: abstenerse de visitar el patio de esculturas. La idea de ocupar el exterior del museo no es mala, pero el resultado de la instalación es decepcionante.
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